Los demócratas.


—Y aquí… aquí cómo funcionais —Dijo Hermes.

—Aquí el reparto de tareas tiene en cuenta las habilidades y gustos de cada uno. Además de que tenemos un sistema de rotación para aquellos que se aburren fácilmente y necesitan ir cambiando. Para las tareas mas penosas, duras o peligrosas existe un doble circuito de sorteo sobre una bolsa previa de voluntarios, además de una asignación distributiva extra en la cesta de consumo. Hasta ahora no ha sido necesario recurrir al sorteo forzoso, ni tampoco al mandato expreso. En la ejecución de las tareas no se calcula el aporte de cada cual, siquiera en horas de trabajo, ni se exige un rendimiento concreto: basta con «cumplir» con un mínimo de diligencia, dentro una relación de reciprocidad básica. —Dijo Orestes.

—No tenéis inspecciones … —Inquirió Hermes.

—Hay un comité de supervisión, también escogido por sorteo, que certifica la calidad de las tareas realizadas; pero se constituye ad hoc tras la demanda de un ciudadano, por lo que ha tenido poca relevancia.

—Lo mas importante es tener un sistema de contabilidad preciso y meticuloso de todo lo disponible y un sistema eficiente de planificación de trabajo. El resto se fía a la responsabilidad de cada uno para con lo común, y a la presión de grupo para quien remoloné en exceso. Y funciona, funciona muy bien. — Añadió Procopio.

—Solo hemos tenido un caso de abierto sabotaje que se solventó escalonadamente: varias llamadas de atención informales, dos avisos y una reducción de la asignación para la cesta de consumo y de los créditos de cambio. —Dijo Orestes.

 —Ademas de que te retiren la palabra, te critiquen abiertamente, te miren mal, cuchicheen sobre ti en los pasillos, y en general, que nadie desee tener contacto contigo.— Insistió Procopio con tono ligeramente compungido.

—Eso es lo peor con diferencia.—Dijo Orestes.

—Quien fue. —Dijo Hernes com curiosidad típica del periodista sabueso.

—Un refugiado con malos modales. —Dijo Procopio

—Vino aquí creyendose un pequeño Napoleón. —Dijo Orestes.

—Hoy cumple como cualquier otro. —Dijo Procopio con solvencencia de sacerdote numerario.

—No le hemos exigido objetivos estajanovistas como castigo por sus afrentas del pasado, si es lo que estas pensando. —Dijo Orestes riendose.

—Ya se sabe. Los seres humanos estamos programados para buscar el consenso; nos guía un fuerte deseo de pertenencia.  —Reafirmó Procopio

—Salvo eremitas y ermitaños. —Añadio Hermes.

—Respetamos enormemente el «irrestricto» proyecto de vida que cada cual quiera llevar a cabo, pero si uno quiere formar una sociedad unipersonal, un grupo humano reducido a una sola cabeza, debe pechar con las consecuencias, y vivir en una sociedad con una organización subóptima y una productividad escalarmente deprimida. —Dictó Procopio con contundencia.

—Y eso, para quienes estan menos versados en esa terminología tan, digamos, técnica, viene a decir que si no le gustan las normas de esta colectividad está invitado a irse. —Sostuvo Hermes

—Proveerse de todo lo necesario para un gran nivel de bienestar a costa de requerir poco tiempo de trabajo, solo se logra con division de tareas y especialización de saberes de muchas personas. Ir por libre es pobreza. Pero cada cual es muy libre de ejercer libérribamente su pobreza. —dijo Propicipo, tras respirar hondo y cambiar el cariz de amigable a serio.

—Gracias. Muchos mas… inteligible —Dijo Hermes.

—A esto lo llamamos hablar con propiedad. —Afirmo Orestes.

—A que te refieres.

—Los sinónimos no existen. Los conceptos cerrados impiden que las ideas se deformen o sean deformadas. De ahí mi insistencia en usar «terminología técnica». —Añadio Procopio visiblemente molesto.

[…]

Fueron al lugar donde se organizaba el trabajo y planificaba la actividad, llamado Centro de Asignacion y Tabulación. En aquella pizarra se exponían las tres cuestiones básicas de la economía planificada: logística, resumida en qué y cuánto producir; optimización, cuál es el mejor uso de los recursos disponibles; y complejidad, cuánto tiempo llevaría calcularlo todo. Cada una suponía una sección, que se ocupaba de computar su parte, para luego integrarla en un sistema de matrices común. Las tres contaban con soporte electrónico. 

—¿Y quienes hacen de tabuladores? —Dijo Hermes

—Nadie en especial, puede serlo cualquiera. Hay bastante matemático e ingeniero, ya se sabe, por deformación profesional; pero también técnicos y trabajadores manuales a los que les gustan los números: se nutre del sistema de rotación, como cualquier otra actividad. Las plantillas básicas sobre los objetivos de producción las redacta un consejo salido del circuito de sorteo sobre bolsa de voluntarios, que luego tienen que ser ratificadas por la asamblea sectorial ocupada de la producción-distribución-cambio-consumo. Una vez se aprueban, mandan las plantillas al Centro para proceder y consolidar las plantillas finales. Despues estas se remiten a los distintos sindicatos de ramo, que tienen un conducto de vuelta por si se les ocurren mejoras del plan, los algoritmos detectan errores, surgen fallas de aplicación. —Dijo Procopio.

—Suena complejo. 

—Sofisticado. La democracia, ademas de la asamblea, descansa en el equilibrio de muchas instituciones que usan preferentemente el sorteo para formar consejos, comites y tribunales operativos para ciertas tareas; una vez cumplidas, estos se extinguen para dar paso a los siguientes. Reducirla a reunir a todos en una plaza para votarlo todo es la tipica vision errónea de quien nunca ha estudiado ni un sistema democrático de los que de verdad han existido.

—Por no hablar de los que entienden democracia a la eleccion cuatrianual de dictadura rotatoria. 

—Desde luego esto se parece poco a aquello.

—En nada. Somos una Uruk, una Atenas, una Mohenjo-Daro, Teotihuacán, contemporaneas, maquinas asamblearias que emplean al pueblo en su autogobierno fraccionando el poder mediante la rotación, y el sorteo. 

—Y no hay problemas con gente a cargo que no esté preparada.

—Cada cual es responsable de conocerse. Y los sorteos operan sobre bolsas de voluntarios prevismente inscritos. 

—No importa el mérito ni la capacidad para acceder a estas islitas de poder.

—La meritocracia solo existe allá donde pueden subsistir los méritos mediante anonimato. Donde solo habitan juicios objetivos despersonalizados. Por eso la política profesional es anti-meritocrática por necesidad. Las elecciones le deben mas a la tradicion feudal que a las repúblicas clásicas. Porque quien vence es el más popular, el conocido, el famoso, el distinguido: la camarilla de notables operando con sus recursos. Y el mas popular es quien tiene la posicion social mas vistosa, por patrimonio o prestigio de diversa índole. Ricos y profesionales y personajes públicos. No es casual que élite y eleccion compartan raiz etimológica; el significado perdido de las antiguas instituciones en ruinas queda como un eco en la las lenguas, en lo mas profundo de la garganta de los pueblos. En la verdadera democracia, basada en sorteos, boulomenos y asambleas, los discursos son anti-electorales. Las campañas entendidas como competicion porvel voto, dejan paso a danzas discursivas, sin vencedores ni vencidos, donde el líder político carece de poder más allá que el reconocimiento mutuo por la osadía que supunr adelantarse y proponer al pueblo en asamblea, porque esas iniciativas tienen consecuencias y arguir con sagacidad y perspicacia entre ideas preclaras.

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