Por una Teoría de la Victoria para la Humanidad.
Escrito por Alejandro
Martínez Ruiz.
Hoy pretendo sacar partido a la
potencia explicativa de la ciencia-ficción. Tras una reciente epifanía, me
propongo comparar dos obras: No mires arriba (2021), película de Adam
McKay protagonizada por Leonardo Di Caprio y Jennifer Lawrence; y La Tierra
errante, parte I y II (2019 y 2023) ambas dirigidas por Frant Gwo,
protagonizadas por un coral, entre los que destacan Qu Chuxiao, Li Guangjie y Ng
Man-taty, basadas en la novela corta del mismo nombre del autor chino Liu Cixin,
ganador del Premio Locus y el Premio Hugo, y autor de la archiconocida trilogía
de El
recuerdo del pasado de la tierra, más conocida por el título de
su primera parte: El problema de los tres cuerpos.
Por razones de simplicidad,
trataremos las dos partes de La Tierra errante como una única obra.
La acción de ambas películas
parte del mismo punto temporal, en un contexto geopolítico equivalente al
presente: el tardocapitalismo industrial globalizado de primer cuarto de s. XXI.
En ambas películas, la humanidad debe enfrentarse a un problema de envergadura
también planetaria: un asteroide potencialmente apto para la extinción, por un
lado; y un Sol renqueante que se dirige a una gran llamarada solar igualmente
liquidadora, por otro. Sin embargo, la respuesta que darán al problema será muy
diferente, como también los serán las iniciativas salvadoras, y el propio final
de cada film.
Siendo común el principio, partiremos
de un análisis común.
Parafraseando a Telmo Olascoaga Michel, se puede decir que realidad política
de nuestro tiempo (el punto de partida de ambas películas) se caracteriza por
dos enormes contradicciones. A pesar de vivir en el momento de mayor
prosperidad y riqueza acumulada de la historia humana, nuestra esfera material está
atrapada en un saco de escasez artificial cada vez más intenso. En el ámbito
público, la inviabilidad financiera de todo resultado distribucional que no
emane del trabajo asalariado es la norma. Los servicios públicos y las
prestaciones sociales sufren de obsolescencia programada: la asfixia
financiera, la falta de legitimidad social y la ausencia de fondos son la
tónica de la red asistencial Beveridgeiana. "El
Estado ha abandonado definitivamente su rol como sujeto transformador de la
realidad social y económica para convertirse en un obediente ejecutor y
recaudador territorial del plusvalor. Por su parte, el sector privado está muy
lejos de ser la salvación socioeconómica a la aniquilación de la riqueza
pública. La norma es una distribucionalidad obscenamente polarizada, donde los
ricos se lo llevan todo, en una deriva rentista win-win cada vez más
marcada. El estancamiento
secular, la automatización, la centralización de la realización, el monopsonio y un
poder de mercado desatado han generado un marco de clases pluridimensional y
crecientemente distópico. Un
marco caracterizado por un polo precario del que cada vez menos pueden escapar."
Solo el caso de China será distinto,
pero no sustancialmente distinto. Por medio de sus élites, la Unión Soviética fue
la primera potencia que intentó hackear el sistema productivo de su tiempo. En
sus primeros años, la planificación económica demostraría su superioridad como
modo de producción, creando "un impulso desarrollista sin precedentes por el
cual se alcanzaría una plataforma de productividad que elevaría a la tierra de
los Soviets al nivel de una entidad política de renta media". Pero la
incompatibilidad de su sistema con las redes de producción globales le
impediría vincularse a una economía de escala cada vez más transnacional. Por
otro lado, las inercias de una burocracia menos competente que competitiva, presa
de su falta de mando en la adopción de las nuevas concepciones cibernéticas y
en la aplicación de las nuevas tecnologías informacionales al sistema de
planificación, devendría en una ineficiencia creciente
conforme la economía crecía, y más más servicios y mercancías debían ser
computadas en el Plan. El resultado, a pesar de la "inmensa escala
espacial de la Unión, fue el estancamiento y una ratio de explotación creciente
destinado a financiar una paridad militar con los EE.UU. que a la larga sería
insostenible".
Las élites chinas cogieron el
testigo y se dispusieron a crear un modelo híbrido capaz de vincularse mediante
compatibilidad-valor a las redes escalares globales sin liberalizar el mercado
de forma sistémica. No por nada será el único país en el que convivirán dos
instituciones aparentemente incompatibles: Planes
Quinquenales, mediante los cuales la burocracia del Partido
pilotará los objetivos de producción; y Zonas
Económicas Especiales, donde los capitales extranjeros podrán
cultivar libremente plusvalor, en un régimen político insular de laissez-faire
que llevaría aparejado acceso a mano de obra ultrabarata, a cambio de acceso
tecnológico y control societario compartido.
A la vista de los datos
empíricos y estéticos su modelo ha triunfado, alcanzando un catch-up
desarrollista tal que hoy lidera un gran número de nichos tecnológicos, aunque
no salió gratis. El precio que las élites chinas han tenido que pagar por
alcanzar tal hito es una vinculación cada vez más intensa al mercando global. A
pesar de constituir la segunda gran plataforma productiva y poblacional del
planeta, China ha tenido que capitular gran parte de su modo de producción para
propulsarse acumulativamente. Pese a todo, China
es uno de los pocos casos en los que élites dirigentes de potencias punteras
aún pueden permitirse la competencia geopolítica: la excepción a la regla del
s. XXI.
Visto este breve el contexto
general, pasamos a la comparación de ambas películas.
En No mires arriba, un meteorito cuya masa y diámetro lo hacen potencialmente letal será detectado en trayectoria de colisión directa con la Tierra. Los descubridores, así como el resto de prohombres de ciencia de las distintas disciplinas interpeladas, procesarán rápidamente la información en torno al descubrimiento. En poco tiempo, los modelos físico-matemáticos alimentados con toda la capacidad computacional disponible arrojarán unos resultados indiscutibles: la vida en la Tierra y la civilización están llamadas a extinguirse. A menos, claro, que la sociedad humana se imponga a la Naturaleza a una escala nunca antes vista.
Esta obra explorará cómo la recepción de esta información acerca de la gravísima amenaza que se les cierne será incapaz de articularse con éxito. La gente pivotará entre posiciones ideológicas que funcionarán de muro impenetrable que permita una rección política coordinada. Una de estas ideologías encarnará el rol social de quien duda de todo; un escepticismo no metódico que, por definición, rechazará el axioma que ha servido de base en la construcción de civilización: el ser humano, en tanto que individuo, no puede hacer todo ni puede saber de todo.
La actual escala civilizacional
se ha logrado a razón de dos instituciones que dan respuesta a esta
problemática: la división del trabajo y la especialización del campo de
conocimiento. En consecuencia, el escéptico metódico, al contrario que su
homologo perverso, no duda de todo, si no solo de aquello que no venga
garantizado por un proceso basado en el método científico: el cierre categorial
de la disciplina, la replicación de resultados y la validación por pares de las
conclusiones. Ese proceso justifica el avance de nuestro conocimiento sobre ese
manojo de fenómenos estudiados y, en general sobre el universo entero,
desvelando sus regularidades y permitiéndonos una conquista sumatoria de la Naturaleza.
En un mundo donde éxito
profesional se medirá por la construcción de una comunidad digital de la que
vivir directa o indirectamente, lo importante será el entretenimiento, la
captura de la atención por parte de una audiencia enorme. La noción de creador
de contenido pone sobre la mesa que lo importante es el acto del llenado, la
saturación, siendo indiferente la sustancia o materia con la que se logre
colmar los sumideros cognitivos de cerebros humanos. Esta sumisión
bioquímico-cognitiva supondrá un inmenso océano de ruido. Situación que, en
última instancia, impedirá que un marco analítico científico-ilustrado cuya
traducción política movilice todos los recursos humanos y materiales en un Plan
de Salvación Planetario obtenga tracción social suficiente para aglutinar masa
crítica hacia un único vector operativo. El coste de oportunidad de superar
esta etapa, dada la irremediable pérdida de tiempo y energías en discusiones
bizantinas forzadas por negacionistas y conspiranoicos, será luego difícilmente
salvable, al devenir el problema en una envergadura tal que supere con creces
la capacidad de respuesta de la Humanidad, por mucho que movilizase al unísono
todos sus poderes causales; cosa que, como puede anticiparse, tampoco ocurrirá.
Otra ideología será la
nihilidad, sustanciada en el rol de quien calcula el tiempo restante de vida
respecto a la extinción final, próxima pero no inminente, lo que le convencerá
de acelerar su tren de vida en una presentización hedonista de un individuo
atomizado hasta la náusea. Aun comprendiendo la peligrosidad de la amenaza,
enormes masas de personas más o menos insertas en el tardocapitalismo, dado el
actual estado de cosas, preferirán disfrutar antes que si quiera discutir las
alternativas socio-políticas que tendrían alguna posibilidad de asegurar el
futuro de sus hijos y del resto de la especie. En un canto de alabanza a Guy
Debord, la gente vivirá el acto de su propia destrucción como una experiencia
estética.
En un contexto donde el aparato
westfaliano (es decir, el Estado, la dimensión pública de la agencialidad
política) habrá quedado totalmente despojado de su rol transformador, sumido en
repliegue material e ideológico forzoso ante unas cadenas de valor planetarias
crecientemente integradas, solo restará la iniciativa privada para hacer frente
a eventos potencialmente destructivos. El poco esfuerzo industrial-cognitivo
humano y la gestión de los escasos recursos naturales disponibles dirigidos a
oponer resistencia a la catástrofe, será capitaneado por la iniciativa privada,
en la persona de un plutócrata megalómano visto como Genio Creador; una suerte
de mixtura Bezos-Musk-Jobs.
Frame de la película No mires arriba, donde se aprecia a la
Presidenta de los EE.UU, en un acto-espectáculo propio de la competencia
electoral vulgarizada de su régimen político.
Las potencia económica y
tecnológica de los Estados Unidos de América, en lugar de confiar sus esfuerzos
en una institución pública como la NASA, en coordinación con el resto de
agencias espaciales de otros estados-nación con capacidad atómica y orbital, pondrá
su palanca fiscal al servicio de las corporaciones privadas, ya sea en forma de
subvenciones masivas y ya en forma de otras delegaciones del presupuesto
público.
La mirada puesta en la
maximización del beneficio y una productividad deprimida supondrán un enorme
freno a ese esfuerzo. El propio diseño del Plan de Salvación, así como su
posterior ejecución, no podrá escapar de su naturaleza como proyecto de empresa
privada: querrá aprovechar las aleaciones potenciales del meteorito con vistas
a un futuro negocio, en lugar de garantizarse el plan más eficaz en la
eliminación la amenaza, lo que llevará al fracaso estrepitoso de la misión. El
resto de coalición de países, incapaces de movilizar un esfuerzo industrial y tecnológico
suficiente dada la fragmentación social e internacional, fracasarán también en
su intento.
Tan pronto se hace evidente ese
destino funesto, los plutócratas correrán a usar la tracción política de sus
enormes patrimonios para garantizarse salidas escapistas, bien bajo tierra
(búnkeres a kilómetros de profundidad) o bien extraplanetarias (colonato
marciano-lunar), a las que llevaban desviando recursos todo el tiempo. Puestos
relativamente salvo de la extinción, dejan a su suerte al resto de congéneres,
quienes entrarán en una espiral de violencia y desenfreno caótico hasta ser
finalmente barridos en un mar de fuego y desolación.
En La Tierra errante, la
amenaza no solo se despliega a un nivel dimensional millones de veces más
vasta, si lo que lo hace también en un rango de tiempo mucho mayor. No
obstante, bajo la dirección funcional de la primera potencia económica y
tecnológica planetaria, China en este caso, se unirán esfuerzos cooperativa y
horizontalmente por parte todos los países a fin de para llevar a cabo la mayor
hazaña técnica a escala sistema-solariana de la Historia de la Humanidad:
convertir el planeta en una mega-nave espacial que nos permita migrar a Alpha
Centauri antes del estallido del Sol pronosticado para dentro de cien años.
A diferencia de No mires
arriba, los capitanes de esta iniciativa no serán los plutócratas: serán la
flor y nata ingenieril, científica y burocrática de toda la humanidad,
coordinada en un Agencia de Planificación Planetaria, que descartará el
mercado, la rentabilidad y la iniciativa privada como artefacto asignador de
recursos y gestor de la inversión. A diferencia de la ideología prometeica del
Genio Creador, que por dotes casi divinas obtiene la capacidad para arrancar de
la naturaleza nuevos descubrimientos u oportunidades de negocio, aquí se abrirá
paso el Héroe Colectivo: un conjunto masivo y anónimo de personas que, con sus
sueños, ilusiones, esperanzas, miedos y defectos, pondrán parte de sus vidas al
servicio de una causa más noble y más grande que ellos mismos. Formarán una
enorme cadena de solidaridad intergeneracional autoconsciente capaz de
enfrentarse al mayor desafío jamás visto.
Tan pronto como las autoridades
científicas procesen la información y cuyas conclusiones se muestren
indiscutibles respecto al fin del Sol, será necesario un replanteamiento
inmediato del cerrojo ideológico que atenaza las cabezas y los corazones de
toda la especie: deberá imponerse, por pura necesidad, una nueva ontología
social basada en el fémur de Mead: el individuo es un producto
de la sociedad humana, no la sociedad la suma agregada de voluntades
individuales arbitrarias[1]. De esta forma, una
intervención directa de las plataformas informacionales, a través de un canal
(si no único, sí dopado) por una palanca fiscal cooperativa que amplifique el
discurso hasta superar la enorme fragmentación ideológica de la posmodernidad y
aplaste denodadamente los reductos de escepticismo no metódico y
nihilidad-hedónica que minen la base humana del esfuerzo común. Su teoría de la
victoria, para triunfar, deberá ser racionalmente convincente y moralmente
inflexible.
Pero un ejercicio de fuerza
desnuda jamás logrará institucionalizar un normal estable que permita el
despegue acelerado de las fuerzas productivas necesarias para combar las leyes
de la física. El aparato westfaliano planetario, resituado en un rol transformador
preponderante, convertido ahora como un sistema mundial, deberá consensuar un
equilibrio entre el sacrificio distribucional de las generaciones presentes y
la salvaguardia de la existencia de las generaciones futuras. La gente tendrá
que disfrutar de niveles aceptables de gasto y rangos crecientes de tiempo
libre, y, además, evitar cualquier tipo de agravio comparativo no justificado.
Para ello, será necesario
aniquilar inmediatamente toda forma de rentismo, universalizando la fuente de
renta laboral como única legal, resituando el acceso y legitimidad
distribucional en el trabajo y en la medida de lo posible, según el Esfuerzo de
Guerra por la Supervivencia lo permita, en mera existencia del individuo. En
principio, y hasta que los objetivos de la supervivencia permitan dar libre
acceso al excedente acumulado, todo ejemplar humano tendrá que trabajar, bajo
sistema de incentivos que otorgue mayor renta (siempre laboral) aquellos
estándares de formación más difíciles de obtener (matemáticas, física
fundamental y teórica, telecomunicaciones, ingeniería aeroespacial, ciencia de
los materiales) y aquellas tareas más penosas o peligrosas (pilotaje orbital,
mantenimiento espacial, tratamiento de residuos nucleares, minería de
asteroides, procesamiento de aleaciones, etc.).
Para vencer semejante obstáculo
existencial, no bastarán ni la fe ni la determinación de espíritu: será
necesario poner en marcha una enorme megamáquina socializada, superando la
división público-privado, que fuerce a todo ser humano a transformarse en un
elemento útil, hiperproductivo y perfectamente ensamblado. La capacidad
adquisitiva y la demanda solvente habrán de ser desechadas como puerta de
entrada a la cualificación técnica. Estudiar y formarse para, llegado el
momento, servir con eficacia y eficiencia en una gigantesca empresa a escala
titánica, será una necesidad cívica antes que distribucional. El hambre, la
carestía, el desempleo y el analfabetismo, así como cualquier otro derroche
extensivo o intensivo de la potencia humana latente deberá ser considerado un
crimen impermisible para el esfuerzo de supervivencia común. Simplemente,
porque fracasar no será una opción.
De igual forma, todos los
trabajos que antaño servían para poner en relación oferta y demanda, producción
y consumo, desaparecerán: dejará de ser necesaria la equivalencia a posteriori
realizada por el circuito mercantil, vista la nítida y transparente
correspondencia, una vez cerrado el hiato informacional, entre producción y
consumo, larvado a base de consumo predictivo y capacidad de cómputo. Todo ese
trabajo liberado resultante, nunca sobrante, deberá ser aplicado a la creciente
industria de los motores de fusión y a la construcción de ciudades
subterráneas. Ni que decir tiene que toda forma de conflicto bélico tendría que
desechada de las costumbres, como sumidero inútil de recursos humanos y
materiales.
Frame
de la película La Tierra Errante II, cuando acontece el encendido de motores de
fusión en la superficie terrícola.
De igual manera, el debate
sobre por cual plan de salvación optar supondrá todo un reto cuya finalidad
estratégica deberá medirse con precisión. Una postura, bastante razonable,
optaría por un proyecto menos ambicioso que garantice la salvación de un pequeño
número de seres humanos, construyendo enormes naves espaciales generacionales.
Sin embargo, la rápida constatación del hecho de que solo un puñado de millones
de personas terminará por salvarse, inyectará un elemento sabotaje sistémico en
el esfuerzo común: si no existen expectativas razonables a nivel estadístico
para que uno mismo o alguien cercado acaben por salvarse, la motivación y la
fuerza moral del deber desaparecerán. Indefectiblemente, aun recurriendo a
formulas a prueba del pirateo, como el sorteo, la pulsión por la supervivencia
señalaría el proceso como una fórmula trucada, introduciría una distinción de
clase (los salvados y los condenados) y a la larga, minaría la consecución de
los objetivos que sustancian el esfuerzo común, aun a una escala más reducida y
asequible.
En este debate, terminará
venciendo la postura más ambiciosa, también la más peligrosa, pero a su vez, la
única que garantizará la plena optimización del esfuerzo común, semilla de la
salvación de toda la humanidad: convertir la Tierra en una giganave. El
aforismo estará muy claro: o todos, o ninguno.
Sentada la unidad ideológica y
estratégica, este solo será el primer paso. El desarrollo de los poderes
causales de la megamáquina humana integrada necesitará de una inversión
denodada e ilimitada a marchas forzadas. Solo la planificación económica
posibilitará el equilibrio óptimo entre una automatización y robotización a
máxima velocidad que permita cuanto antes el escape alienígena y a la vez,
salvaguarde los límites biofísicos del planeta Tierra. Solo esta combinación
precaria conscientemente gobernada permitirá abrir la puerta, en tiempo, a la extracción
de recursos en el resto de latitudes celestes del Sistema Solar, sin caer en un
colapso ecosocial que devuelva a la humanidad al Neolítico y, por ende, la
condene a la extinción. La escasez y el despilfarro de recursos naturales, y en
concreto, de materiales críticos y fuentes energéticas que alimenten la superindustrialización
serán, como en el caso de las personas, un crimen inaceptable. Porque, de
nuevo, la derrota no será una opción.
Al igual que con la formación
de recursos humanos y con el uso racional y racionado de los recursos
naturales, el vector de pura investigación fundamental cobrará una importancia
táctica invaluable. Actualmente el capital, gobernado por la lógica del
beneficio, deja la ciencia básica en manos de los Estados, y estos, vía
subvenciones y programas los delega en burocracias universitarias y de
laboratorio, a la espera de que surjan aplicaciones prácticas en la
optimización del proceso productivo de las que aprovecharse. El capital
privado, simplemente, no puede gastar enormes cantidades en descubrir las
regularidades del universo, que por formar la realidad misma no están sujetas a
propiedad intelectual, y desde un punto de vista microeconómico, no ofrecen un
retorno inmediato en forma de avance técnico que les garantice un monopolio o
al menos, un tiempo de beneficios extraordinarios. El Gran Colisionador de
Hadrones, una enorme máquina subterránea de extensión kilométrica que pasa por
debajo de Suiza y Francia está financiada en su totalidad por los pocos fondos
públicos que permite el actual contexto de estancamiento secular. De tal forma,
solo la colaboración pública internacional permite este tipo de estructuras.
Una
sección interior del LHC que muestra la sucesión de imanes superconductores que
alojan en su interior los tubos por donde discurren los haces de protones
(2009).
A esto se le añade un problema
adicional: conforme alcanzamos nuevos límites de nuestro conocimiento,
que ya ha destilado los problemas hasta hacerlos hipercomplejos y superoscuros,
requerimos de una inversión significativamente mayor en tecnología que potencia
nuestro aparato sensible y capacidad de abstracción. Del catalejo al telescopio
Hubble va una sociedad entera y miles de millones de dólares. En este sentido,
en la medida en la que la complejidad y la eficiencia de los sistemas que nos
proporcionan utilidad crece, el vínculo entre un bien y su productor se vuelve,
necesariamente, también más intenso.
Teniendo esto en mente, y de encontrarnos en el mundo de La Tierra errante, si optaran por un plan que requiere doce mil moteres de fusión instalados sobre toda la superficie para acelerar el planeta a velocidad de escape del Sol, será necesario monumentales avances en física fundamental. Este objetivo no se alcanzará si enfrente existen tapones rentables: será necesario un desvío masivo de recursos en esta dirección, si de verdad quieren lograr que lo imposible se vuelva posible.
El
Ascensor Espacial en un frame de la película La Tierra Errante II.
El final de la Tierra
errante no puede ser más distinto al de su objeto de comparativa. La luna
se precipita sobre la Tierra dado el tirón gravitatorio que genera el encendido
de los motores de superficie que sacarán el planeta fuera del sistema solar.
Constata la imposibilidad de coordinar a distancia el estallido de todas las
armas atómicas puestas en común por los distintos países, dado que fueron
fabricadas en distintas épocas y con distintos códigos incompatibles, será
necesario recurrir al sacrificio personal: la activación manual de las armas. En
un acto heroico, las cohortes de astronautas más vetustas, por encima de los
cincuenta años, se presentarán voluntarios para deflagrar de manera coordinada
cinco mil bombas atómicas sobre la luna, eliminando los restos del satélite,
asegurando así el éxito de la misión, y el inicio de la travesía interestelar
que se prolongará durante dos mil quinientos años.
Lo dicho hasta ahora no es solo
un ejercicio de ficción especulativa, al menos, no para el lector que se comporte como un escéptico
metódico: con la mirada purgada del océano de ruido, se hace del todo evidente que la
humanidad se enfrenta a un reto de proporciones planetarias, menos exigente que
el de La Tierra Errante, pero, sin duda, más que el de No mires
arriba.
RICHARDSON, K., et
al. (2023) “Earth beyond six of nine planetary boundaries”, Science Advances,
9(37).
La zona verde del centro
delimita el nicho ecológico humano, un espacio seguro para el desenvolvimiento
de la civilización en el planeta, en términos equivalentes a los que hemos
venido disfrutando desde el inicio del Holoceno, hace aproximadamente 12.000
años, por lo pronto y no por casualidad, coincidente con el despegue
civilizacional-productivo humano mediante revolución Neolítica con las
tecnologías de agricultura y ganadería.
La imagen desglosa los nueve
límites biofísicos y termodinámicos que garantizan la estabilidad del
mencionado nicho ecológico (en sentido horario, desde las 12:00): cambio
climático, contaminación química, erosión de la capa de ozono, concentración de
aerosoles en la atmósfera, acidificación de los océanos, ciclos biogeoquímicos,
uso de agua dulce, cambios en el uso del suelo y pérdida de biodiversidad. De
estos nueve límites, ya hemos sobrepasado largamente al menos seis, y la
tendencia es un constante y cada vez más acelerado empeoramiento. Algunos
de estos puntos de inflexión han alcanzado, a la fecha un alto grado de
irreversibilidad, en cuya respuesta ya solo entra la opción de la adaptación.
El círculo vicioso
(técnicamente, retroalimentación positiva) de la crisis ecológica se agudiza a
pasos agigantados. A modo de ejemplo: en la India, los veranos empiezan a ser
inhabitables (+50ºC). La demanda de aires acondicionados se ha disparado. El
sistema eléctrico bordea el colapso por incapacidad de despachar un suministro
suficiente. La solución: quemar más y más carbón para compensar, lo que
incrementa los gases de efecto invernadero, lo que a su vez transforma las
épocas estivales en estaciones más inclementes. El pasado 14 de julio de 2025,
despertábamos increíble mínima de 38,3 °C en Tuz, Irak. Decenas de estaciones
en todo Oriente Medio (Irán, Irak, Kuwait, Emiratos) con mínimas superiores 35
°C. Se esperan temperaturas máximas de hasta 52 °C. Ola de calor histórica, una
de las peores jamás vistas en el mundo y que podría durar semanas.
No estamos a muchos lustros de distancia del punto de inflexión en el que la vida en zonas de la tierra tenga la misma viabilidad que la estepa marciana de Tharsis, con el consiguiente desplazamiento migratorio de decenas, si no cientos de millones de personas.
Por otro lado, los países ex
coloniales buscan engancharse a la tracción valorativa transnacional tirando de
las fuentes energías fósiles, especialmente carboníferas, más baratas y
abundantes, pero ultracontaminantes; especialmente cuando la relación entre
consumo de energía y riqueza material no es solo correlación si no también
causalidad.
La extinción masiva en curso
del capitaloceno amenaza especialmente a los insectos, las máquinas biológicas
básicas del ecosistema planetario. Más de 120.000 especies de insectos estarían
amenazadas de extinción, pero si extrapolamos los datos europeos a nivel
global, el número sería mucho mayor, resultando en una cifra total de especies
de todo tipo amenazadas que podría ascender a 1,97 millones. Se estima
que más del 80% de las plantas con flores son polinizadas por insectos,
extremo sobrecogedor puesto en relación con nuestra capacidad de producción alimenticia:
el
75% de los 115 cultivos más importantes para la alimentación humana depende de
los polinizadores.
Para empeorar aún más las
cosas, el sistema capitalista se encuentra gripado. La maquinización del
trabajo ha estrangulado la fuente de nuevo valor, siendo cada vez más difícil
obtener beneficios. La saturación espacial de los mercados globales, con un
mundo del todo abierto a Ley del Valor, reduce el ritmo de creación de nuevos
nichos rentables. La
tendencia decreciente de la tasa de ganancia está amparada en cada vez mayor
masa de evidencias empíricas, siendo ya tan indiscutible como el cambio climático.
Los límites de esta forma
social se manifiestan, no solo en el desempleo de las personas, si no el
desempleo del dinero: incapaz de reinvertirse de forma rentable en la
producción de cosas, se estanca y se pudre, recurriendo al suelo físico o
digital para reproducirse como pura albarranía. La huelga de inversores, determina
la ralentización de implementación de nuevas olas tecnológicas al modelo
productivo, e impone una agenda de estancamiento. Los capitales patrios imprimen una búsqueda desaforada de nuevos mercados a sus
jurisdicciones políticas; al precio que sea.
G20 rate profit
(%). Autor: Micheal Roberts.
El peak
Oil petrolífero condena a la industria fósil a perecer de no transitar
rápidamente a nuevas fuentes energéticas. Un parque fotovoltaico
se compone de módulos compuestos de
semiconductores capaces de convertir energía solar en corriente continua,
estructuras de soporte, y cableado tanto interno como de conexión a la red. Hoy
en día, la mayor parte de las células son fabricadas mediante silicio
(principalmente mono y policristalino), que requieren de plata, cadmio, cobre,
galio, indio, magnesio, níquel, plomo, selenio, estaño, teluro y por supuesto
silicio (extraído de arena).
Los límites no solo estarán en todos estos recursos críticos escasos, si no en el tipo de energía que producen: solo 20%
de nuestro consumo energético es electricidad. Nos dice Antonio Turiel Martínez que las energías renovables
suministran energía eléctrica, y ésta no es fácilmente intercambiable ni útil
para otros usos; en algunos casos se tendrá que transformar a otro tipo de
energía (por ejemplo, a biofuel para operar maquinaria pesada). Esta transformación, en virtud del Segundo Principio de la
Termodinámica, implica una pérdida de la energía inicialmente disponible
sustancial. Los límites físicos de la Tasa de Retorno Energético (energía
gastada por unidad de energía conseguida) se imponen a los límites de acción sociales
no-físicos (rentabilidad como legitimidad de existir de las cosas).
Estas restricciones físicas y sociales compelen a los estados a reactivar contrareloj una competencia geopolítica dura. A nadie se le escapa que está en marcha una contienda mundial segmentada, por ahora en tres hitos: Estepa Euroasiática (frente ucraniano antiruso), Oriente Medio (plataforma militar usoniano-israelí) y Sudeste Asiático (muro antichino Taiwán-Surcorea-Japón). Los tres lugares del globo señalados son puntos de fuga aparecen las fronteras mentales del marco geopolítico que conforma el heartland de Mackinder. Creado a finales del siglo XIX, este marco moldea la american view contemporánea: quien controle el corazón de la isla-mundo (centro del supercontinente euroasiático), donde se concentran la mayoría demográfica humana y una gran concentración de recursos naturales críticos, contará con profundidad estratégica para proyectar poder planetario de forma omnímoda. En el creciente insular exterior, en términos de Mackinder, estarán todas las Américas, Oceanía y el África Subsahariana. La alianza de la Commonwealth imperial (EEUU-Canadá-UK-Australia) y sus foderatii de la OTAN, bien sujetos por relaciones militares y comerciales de corte feudovasallático, forzarán cada vez más la alineación estratégica Sino-Rusa. La reciente recuperación de la doctrina del Big Stick, vías comerciales (iniciativa unilateral multiarancelaria marzo de 2025) ataques preventivos (Irán, 2025) y amenazas de anexión a propios y ajenos (Canadá, Groenlandia y Panamá; 2025) confirman el giro estadounidense hacia la deflagración mundial.
El mundo según Mackinder. Autor: Pascal Orcier (2022).
La
Commonwealth imperial, sus estados-vasallos y límites de los intereses
estratégicos estadounidenses (Intitulado
propio). Autor: Pascal Orcier (2022).
Esta enorme policrisis ecosocial
que compele a la competencia geopolítica dura lo hace en marco de otra variable peligrosa: la conocida como Trampa de Tucídides. La potencia industrial-militar en
decadencia de Usamérica está perdiendo la hegemonía frente a la potencia
emergente China. La historia enseña, como con Atenas y Esparta, que esta
dinámica tiene estadísticamente muchos números de sustanciarse por la vía
militar. No obstante, la aniquilación mutua asegurada, que introduce la
variable del poder atómico, ralentiza o distorsiona esta regularidad, por lo
que la competición inter-polites y entre sus respectivas élites será, muy
probablemente, reconducida en conflictos proxy alrededor de los limes del
Heartland, hasta que algún resorte diplomático o militar falle.
En mitad de esta vorágine, los
plutócratas transnacionales no esconden sus descarados deseos de liquidar los
últimos restos del consenso westfaliano, es decir: la existencia del aparato
estatal como interventor, asegurador o arbitrador; entre otros tantos roles que
aseguran estabilidad para la explotación y el cultivo regular del plusvalor, a
la par que liman las tensiones devenidas de propio régimen extractivo, imponen
paz social y manufacturan legitimidad a través de instituciones aparentemente
neutrales. No es un secreto: plutócratas
y oligarcas esperan ansiosos dar rienda suelta a sus fantasías tecnooptimistas
en un contexto general más propio de la saga Mad Max[2]; o
bien, siguen vendiendo fantasías
de escapismo extraplanetario que en efecto les garantice una vía de escape o
nuevas Américas espaciales vírgenes dispuestas para su acaparamiento y
explotación.[3]
Desde luego, los mundos de No
mires arriba y La Tierra errante no tienen por qué darse por
separado; de hecho, es muy probable que ambas fórmulas de recepción y respuesta
convivan durante cierto tiempo, hasta que una de las dos se imponga y acabe
determinando el destino de todos. De las dos, solo planificación de la dimensión
socioeconómica y el reconocimiento de la agencialidad política de todos los
seres humanos podrá desatar nuestras plenas capacidades para evitar el desastre;
solo el gobierno consciente de la producción nos hará tener una oportunidad de sobrevivir
y pilotar un descenso suave y dirigido para reensamblarnos con los límites
termodinámicos planetarios. Mientras dure la amenaza, hemos de hacer real el
pleno empleo en el corto plazo, distribuyendo y reduciéndolo paulatinamente; y
a largo plazo, superado el peligro, hemos de hacer real un pleno desempleo,
desvinculando el trabajo del acceso a la renta y la riqueza social, dejando
atrás el adagio “quien no trabaja, no come”. Aniquilar
la ética del trabajo, y hacer realidad la finalidad última de la Ilustración:
la liberación del trabajo y la recuperación sin esclavitud del ocio
grecorromano.
Es sabido que la estructura socio-económica
determina (y mucho) el comportamiento de nuestras sociedades; pero nunca hasta
el punto de estrangular la agencialidad humana, cuyo fuerza, la historia lo
demuestra, es inquebrantable. ¿Escogeremos el modelo de la Tierra errante
y miraremos decididamente hacia las estrellas; o hundiremos la vista en el
suelo hasta ser canibalizados en un planeta inhabitable? Lo creáis o no, el
futuro de la especie [aún] está en nuestra mano.
Bibliografía:
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[1] Peter L. BERGER y Thomas
LUCKMANN (1968). La construcción social de la realidad. 1ª ed.
25ª reimp. Amorrotu. 2019.
[2]
“Stanford era un oasis de pensamiento conservador donde el discurso académico
era dominado por el Instituto Hoover. El libro que acabó por dar forma al
pensamiento político de Thiel fue The sovereign individual, de James
Dale Davidson y William Rees-Mogg. La obra describe el colapso del Estado
nación como una posibilidad apasionante para las élites, que se librarían así
de la regulación y serían capaces de comportarse “en unos términos semejantes a
la relación mantenida por los dioses de la mitología griega”. Las milicias
privadas protegerían a los oligarcas, mientras el resto de la humanidad se
vería abocada a la miseria y la violencia indiscriminada.” Thiel, Musk... La historia detrás de la
mafia PayPal. La Vanguardia.
[3]
“Conviene anotar en este punto que los «elaborados trucos de marketing
enmascarados de idealismo huma-nitario» con los que los «capitalistas
espaciales» fomentan esta clase de expectativas ofrecen una cobertura
legitimadora para la violación del derecho internacional que supone la
privatización del espacio, y asimismo para el ingente caudal de recursos que el
contribuyente pone en sus manos (Shammas y Holen, 2019), habilitando proyectos
tan idealistas y humanitarios como el transporte masivo y ultrarrápido de
armamento (Bloom y Acosta, 2021). En este contexto, la privatización del
espacio haría las veces del definitivo «arreglo espacial» (Harvey, 1982), que
vendría a «liberar al capital de sus ataduras terrenales» (Shammas y Holen,
2019). Jean-Jacques Tor-tora, director del think tank Instituto Europeo de
Política Espacial, explica con sutil concisión el significado del desprecio por
el Tratado del Espacio Ultraterrestre (1967) ante la disponibilidad del espacio
para la explotación privada: «la vida evoluciona y el derecho puede quedarse
desfasado» (Rizzi, 2022); lo ideal, por tanto, sería «renovar y revitalizar»
estos tratados para acompasarlos con las necesidades de los capitalistas
espaciales (Gregg, 2021, p. 201). Si el referido Tratado establecía que el
espacio ultraterrestre y sus recursos son Patrimonio Común de la Humanidad, y
prescribía que la exploración del espacio debiera realizarse en beneficio e
interés de todos los países y ser competencia de toda la humanidad, el
Departamento de Comercio de Estados Unidos creaba en 1988 la Office of Space
Commerce, con la misión de fomentar las condiciones para el crecimiento
económico y el avance tecnológico de la industria espacial comercial
estadounidense. Desde entonces, sucesivas iniciativas legislativas estadounidenses
han prolongado el proyecto de «crear un marco jurídico que permita la
explotación [privada] de los recursos del espacio exterior» (D’Eramo, 2022;
Movilla Pateiro, 2023)”ARIAS DOMÍNGUEZ, Asier (2024). La colonización
espacial como síntoma. Arbor, 200(811): 2701
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