Entre técnicos-burócratas y humildes suertudos.

 



Por Alejandro Martínez Ruiz.


Recientemente, un escándalo de una diputada popular que decía tener ni una ni dos si no tres carreras (Derecho, Ciencias Jurídicas de la Administración Pública y Filología) ha abierto en redes un debate del todo interesante. La señora de los embustes en cuestión, resulta irrelevante. Hace escasas horas, Noelia Núñez presentaba su dimisión, un día después de firmar un rocambolesco hilo de Twitter donde afirmaba que haber mandado cuatro curriculum distintos a cuatro instancias diferentes desgranando sus portentos títulos universitarios obedecía a un error. No dimite; la dimiten. No deja de ser un peón con poco peso político, cuyo frio análisis de coste/beneficio permite sacrificar sin muchos miramientos. Ya volverá por la puerta de atrás en alguna con algún cargo de libre designación bien remunerado como el escaño de la ya ex Señoría. Pero lo interesante queda lejos de que un representante público use la mentira para realzar la legitimidad de llevárselo crudo del erario público.

En las plazas públicas digitales se han cruzado discursos en torno a la necesidad o no de la formación superior para ejercer en política. Unos, con su parte de razón, alegan que la sociedad española no debe de exigir una formación mínima para acceder a la política, en una exhibición anti-clasista, dicen. Otros, con su parte de razón, sostienen que lo anterior puede fomentar un ambiente ya de por sí saturado de anti-academicismo (la mayoría de las veces directamente magufo) donde, apoyados en la universidad de la calle, afirma que los títulos no importan o incluso, que no valen para nada. Ambos tienen razón, solo que esas intuiciones no están, en mi humilde opinión, bien pulidas. Y esa es la tarea que me autoimpongo hoy, a estas horas intempestivas, con estas breves líneas.

Desde luego que no, la formación no es un requisito para ejercer la política. Pero dicho así, es tanto como no decir nada; el demonio está en los detalles. Eso de que un ciudadano común y corriente no profesional y no técnico ejerza el Poder pertenece a una institucionalidad muy concreta.

El amateurismo político es propio de una democracia politana, cuya formula se distributiva-rotativa del Poder es el sorteo de las magistraturas y los tribunales, y el sufragio directo en asamblea; nada tiene que ver con un régimen de Gobierno Representativo cuyo selector de élites es la elección de delegados cuatrianual[1]. El Parlamentarismo constitucional actual pertenece a este segundo tipo. De este solo puede predicarse una gestión tecnocrática, dado que el Estado ha abandonado su rol transformador social y económico para convertirse mero ejecutor y recaudador de plusvalor en el territorio de una jurisdicción política. En el estado moderno de capitalismo industrial mundializado, la esfera política se transformado en mera policía.

No cabe otra cosa, pues vedada de cualquier la posibilidad de autogobierno social consciente, al menos que manden los tecnócratas a fin de alcanzar un catch-up desarrollista en la competencia transnacional de la valorización, los capitales engorden y la palanca fiscal movilice algo de Welfare State para el polo obrero. Ese acceso limitado del proletariado blue collar al Parlamento, mediante sufragio universal, no pasa de mero accidente: fue el precio a pagar para sobornar al movimiento obrero, cooptar el socialismo, y domesticar la Democracia. Este acceso no es representativo (nunca mejor dicho) ni lo será nunca, respecto del porcentaje de personas que sobrevive gracias a la renta salarial. Baste con visitar la página oficial del Congreso de los Diputados: una abrumadora mayoría tienes estudios superiores, de los cuales, una nada desdeñable proporción aúnan Licenciatura o Grado en Derecho y extracción funcionarial medio-alta. Lejos de casos sonados de arribistas embusteros, como la mencionada Noelia Núñez, o de obreros del metal como Marcelino Camacho, nuestro cuerpo político ha sido y es un mandarinato de burócratas en excedencia o abogados con delirios de grandeza.

Reconocer este hecho no significa tipo alguno de admonición «clasista» (palabra polisémica vulgarizada, dado que la clase se predica de optimizar la posición objetiva de rentista-explotador, no de unas maneras subjetivas altaneras), incensario que agitan quienes no comprenden el sino de las instituciones en que viven. Como dice el saber popular: del error se sale, de la confusión nunca. Lo que no se puede pretender es tener un ejemplar ciudadano-político amateur, típicamente lotocrático, producido en la democracia ática de Clístenes, Demóstenes o Trasíbulo, cuando la forma institucional representativa sistemáticamente elige al famoso, al rico con tiempo libre para politiquear, al profesional liberal bien posicionado, al funcionario de prestigio o al arribista de partido.

La competencia electoral partidista no deja de ser un circuito de destrucción creativa schumpeteriano: vende tu discurso con eficacia (desfigurar o mentir solo son estrategias más o menos útiles) o perderás el escaño. El sorteo, sin embargo, es impirateable: no hace falta ser mercachifle, famoso, poderoso, docto, listísimo, rico, propietario ni la muy española manera de proceder según uno cuente con una abultada cartera de contactos[2]; de hecho, ser alguna de estas cosas no te garantiza mayores posibilidades matemáticas de acceder al poder. Y al no poder renovarse el cargo de ninguna forma racionalmente calculable (cultivo de voto), tener una duración anual y existir limitación de mandato al año siguiente, nadie tiene interés en dedicar esfuerzos a vestir las apariencias de cara a una galería cuyo dedo ya no facilita el sillón y la prebenda.

Lo amateur, y por ende, que los títulos no importen, es para la democracia de verdad, la del sorteo: es un régimen hecho para que no haya un solo juez burócrata-profesional, si no tribunales de jurado sacados por sorteo ese mismo día de juicio, de entre una terma ya seleccionada al inicio del ejercicio. Es un régimen hecho para que la mayoría, de extracción humilde, se impongo en las decisiones claves de asamblea. Es un régimen hecho para que la iniciativa legislativa corresponda a cada ciudadano individual. Es un régimen hecho donde el Consejo de los Quinientos, una suerte de nuestro Ejecutivo, lo formen ciudadanos comunes sacados también por insaculación. En fin, un régimen donde el poder está fragmentado y repartido entre la masa anónima. Esto, decididamente democrático hoy resulta estrafalario, pero cuya efectividad sigue siendo irrefutable.

 

Fotografía de un kleroterion, la máquina de la democracia ática por medio de la cual se realizaban los sorteos de los miembros de los tribunales de jurado

 

Es claro que la especialización epistémica y el progresivo fortalecimiento cognitivo común de nuestros pares es, junto con la división del trabajo, los dos pilares de la civilización. Los estudios en efecto son importantes. No obstante, la historia no la han hecho única y exclusivamente las élites intelectuales.

No debemos olvidar que las masas desheredadas, intensamente brutalizadas y sometidas al efecto túnel más salvaje han pertenecido a la esclavitura antigua; salvando quizás, al primer asalariamiento de los albores de la primera industrialización manchesteriana. Y pese a todo, ahí rezan las Guerras Sociales, con el alzamiento de Espartaco en el periodo tardorepublicano de la historia de Roma. Ahí están, los campesinos sometidos a servidumbre, alzándose contra los artefactos ideológicos de la Santa Madre Iglesia y contra la institución de la propiedad de la tierra, como el campesinado alemán siguiendo a Thomas Muntzer en el siglo XV. Ahí está la burguesía y los obreros manuales tomando la Bastilla como signo de desmoronamiento de la monarquía absoluta y su implacable brazo cinético y fiscal. Eso no es romantizar el envilecimiento humano, solo señalo que, en efecto, hasta los mas pobres de bolsillo y espíritu son capaz de transformar un régimen; algo que no obsta para que, en un país y un planeta civilizado, tal pobreza debe ser eutanasiada mediante la instrucción pública masiva y gratuita y el prestigio social y distributivo del saber y el conocimiento. Y de eso hay un ejemplo histórico concreto.

Los obreros y campesinos rusos que trajeron al mundo la Tierra de los Soviets eran mayoritariamente analfabetos, sí; pero de igual forma, sus hijos, quienes elevaron la Unión a la segunda plataforma productiva mundial con renta modal propia de los países ricos, fueron gente con estudios: ingenieros, científicos y operarios técnicos de maquinaria pesada.

De ahí se deriva que la democracia de verdad asegura la rotación continua del poder: porque para mandar hay que obedecer, pero para obedecer también hay que poder mandar en algún momento, sepa uno más o menos. De ahí se deriva que la política ha de ser capaz de desplegar gestión consciente de la dimensión socioeconómica, fomentar la liberación del trabajo, el tiempo libre, y el desarrollo integral (cognitivo e intelectual) de todos los miembros de la colectividad. Y si me apuras, de la Humanidad entera.

Llamémoslo, amateurismo ilustrado.

 

Bibliografía.

-          https://www.vozpopuli.com/espana/Diputados-Congreso_de_los_diputados-Politicos-diputados-congreso-profesiones_politicos_0_782321772.htm

      BOOOKCHIN, Murray; BIEHL, Janet. Las políticas de la ecología social:  municipalismo libertario. Editorial VIRUS, mayo de 2009, Barcelona

      MANIN, Bernard. Principios del Gobierno Representativo. Alianza Editorial, 2021, Madrid. Disponible en: https://www.akarodriguez.es/sitepad-data/uploads/2025/02/Los-principios-del-gobierno-representativo-Bernard-Manin.pdf

      HANSEN, Mogens H. La democracia ateniense en época de Demóstenes. Capitán Swing Libros, 2022, Madrid.

      NIETO GARCÍA, Alejandro. El derecho comunitario europeo como derecho común vulgarRevista de Administración Pública. ISSN-L: 0034-7639, núm. 200, Madrid, mayo-agosto (2016), págs. 25-44. Disponible en:  http://dx.doi.org/10.18042/cepc/rap.200.02.

 



[1] “La democracia ateniense confiaba a ciudadanos seleccionados por sorteo la mayor parte de las funciones no desarrolladas por la asamblea popular (ekklesia). Ese principio se aplicaba sobre todo a las magistraturas (archai). De los aproximadamente 700 cargos de magistrados que formaban la administración ateniense, unos 600 eran cubiertos por sorteo. Las magistraturas asignadas por sorteo (kleros) eran habitualmente colegiadas. El mandato en el cargo era de un año. No se permitía que los ciudadanos ocupasen una magistratura más de una vez, y, aunque podían ser nombrados para una serie de magistraturas diferentes a lo largo de su vida, el calendario para rendir cuentas (no se podía acceder a un nuevo cargo sin haber rendido cuentas del anterior) suponía que, en la práctica, ninguna persona podía ejercer de magistrado por dos años consecutivos.” MANIN, Bernard. Principios del Gobierno Representativo. Alianza Editorial, 2021, Madrid. Pág. 15.

“A diferencia de los profesionales que hoy controlan las ciudadelas del poder estatal y mueven la maquinaria del gobierno, los antiguos atenienses mantenían un sistema de gobierno que fue conscientemente amateur en su carácter. Sus instituciones, especialmente sus reuniones casi semanales de la asamblea de ciudadanos y su sistema judicial estructurado alrededor de inmensos jurados, hacían posible que la participación política fuera amplia, general y continua. La mayoría de los funcionarios municipales eran seleccionados por sorteo entre los ciudadanos y cambiaban frecuentemente. Era una comunidad en la que los ciudadanos tenían la capacidad no tan sólo de gobernarse por sí mismos, sino de asumir cargos cuando la suerte les llamaba a hacerlo.” BOOKCHIN, Murray; BIEHL, Janet. Las políticas de la ecología social:  municipalismo libertario. Ed. VIRUS, mayo de 2009, Barcelona. Pág. 17

“Al principio del libro 6 Aristóteles enumera los elementos característicos de una Constitución «democrática». En su mayoría se refieren a los magistrados, y prescriben la rotación, poderes limitados, mandatos breves, la prohibición de un segundo mandato y la selección por sorteo (o a veces por elección, pero, en cualquier caso, de entre todos los ciudadanos). Adicionalmente, todos los ciudadanos actúan como jueces, todas las decisiones importantes se toman en la Asamblea del Pueblo y todos deben ser remunerados por la participación en la actividad política”. HANSEN, Mogens H. La democracia ateniense en época de Demóstenes. Capitán Swing Libros, 2022, Madrid. Pág. 132.

[2] La cultura jurídica española de los últimos dos siglos, y posiblemente desde siempre, nunca ha manejado las normas escritas como disposiciones de aplicación estricta sino sesgada por las «relaciones personales» entre los operadores jurídicos y los ciudadanos. Relaciones personales que en términos positivos (de ordinario bienintencionados o hipócritas) significan una humanización al estilo de la epiqueya griega o de la justicia canónica; y en términos negativos, desde luego más sinceros, la corrupción pura y simple, o sea, la visión del canciller López de Ayala y de Quevedo.  España es diferente y la sociedad española es así”. NIETO GARCÍA, Alejandro. El derecho comunitario europeo como derecho común vulgar. Revista de Administración Pública. ISSN-L: 0034-7639, núm. 200, Madrid, mayo-agosto (2016), págs. 25-44.


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