Entre técnicos-burócratas y humildes suertudos.
Recientemente, un escándalo de
una diputada popular que decía tener ni una ni dos si no tres carreras (Derecho,
Ciencias Jurídicas de la Administración Pública y Filología) ha abierto en
redes un debate del todo interesante. La señora de los embustes en cuestión,
resulta irrelevante. Hace escasas horas, Noelia Núñez presentaba su dimisión,
un día después de firmar un rocambolesco hilo de Twitter donde afirmaba que haber
mandado cuatro curriculum distintos a cuatro instancias diferentes desgranando
sus portentos títulos universitarios obedecía a un error. No dimite; la
dimiten. No deja de ser un peón con poco peso político, cuyo frio análisis de
coste/beneficio permite sacrificar sin muchos miramientos. Ya volverá por la
puerta de atrás en alguna con algún cargo de libre designación bien remunerado
como el escaño de la ya ex Señoría. Pero lo interesante queda lejos de que un representante
público use la mentira para realzar la legitimidad de llevárselo crudo
del erario público.
En las plazas públicas
digitales se han cruzado discursos en torno a la necesidad o no de la formación
superior para ejercer en política. Unos, con su parte de razón, alegan que la
sociedad española no debe de exigir una formación mínima para acceder a la
política, en una exhibición anti-clasista, dicen. Otros, con su parte de razón,
sostienen que lo anterior puede fomentar un ambiente ya de por sí saturado de
anti-academicismo (la mayoría de las veces directamente magufo) donde, apoyados
en la universidad de la calle, afirma que los títulos no importan o incluso,
que no valen para nada. Ambos tienen razón, solo que esas intuiciones no están,
en mi humilde opinión, bien pulidas. Y esa es la tarea que me autoimpongo hoy,
a estas horas intempestivas, con estas breves líneas.
Desde luego que no, la
formación no es un requisito para ejercer la política. Pero dicho así, es tanto
como no decir nada; el demonio está en los detalles. Eso de que un ciudadano
común y corriente no profesional y no técnico ejerza el Poder pertenece a una
institucionalidad muy concreta.
El amateurismo político es
propio de una democracia politana, cuya formula se distributiva-rotativa del Poder
es el sorteo de las magistraturas y los tribunales, y el sufragio directo en asamblea;
nada
tiene que ver con un régimen de Gobierno Representativo cuyo selector de élites
es la elección de delegados cuatrianual[1]. El Parlamentarismo
constitucional actual pertenece a este segundo tipo. De este solo puede
predicarse una gestión tecnocrática, dado que el Estado ha abandonado su rol
transformador social y económico para convertirse mero ejecutor y recaudador de
plusvalor en el territorio de una jurisdicción política. En el estado moderno
de capitalismo industrial mundializado, la esfera política se transformado en
mera policía.
No cabe otra cosa, pues vedada
de cualquier la posibilidad de autogobierno social consciente, al menos que manden
los tecnócratas a fin de alcanzar un catch-up desarrollista en la
competencia transnacional de la valorización, los capitales engorden y la
palanca fiscal movilice algo de Welfare State para el polo obrero. Ese
acceso limitado del proletariado blue collar al Parlamento, mediante
sufragio universal, no pasa de mero accidente: fue el precio a pagar para
sobornar al movimiento obrero, cooptar el socialismo, y domesticar la Democracia.
Este acceso no es representativo (nunca mejor dicho) ni lo será nunca, respecto
del porcentaje de personas que sobrevive gracias a la renta salarial. Baste con
visitar la página oficial del Congreso de los Diputados: una
abrumadora mayoría tienes estudios superiores, de los cuales, una nada
desdeñable proporción aúnan Licenciatura o Grado en Derecho y extracción
funcionarial medio-alta. Lejos de casos sonados de arribistas embusteros, como
la mencionada Noelia Núñez, o de obreros del metal como Marcelino Camacho,
nuestro cuerpo político ha sido y es un mandarinato de burócratas en excedencia
o abogados con delirios de grandeza.
Reconocer este hecho no significa
tipo alguno de admonición «clasista» (palabra polisémica vulgarizada, dado que
la clase se predica de optimizar la posición objetiva de rentista-explotador,
no de unas maneras subjetivas altaneras), incensario que agitan quienes no
comprenden el sino de las instituciones en que viven. Como dice el saber
popular: del error se sale, de la confusión nunca. Lo que no se puede pretender
es tener un ejemplar ciudadano-político amateur, típicamente lotocrático,
producido en la democracia ática de Clístenes, Demóstenes o Trasíbulo, cuando
la forma institucional representativa sistemáticamente elige al famoso, al rico
con tiempo libre para politiquear, al profesional liberal bien posicionado, al
funcionario de prestigio o al arribista de partido.
La competencia electoral partidista
no deja de ser un circuito de destrucción creativa schumpeteriano: vende tu
discurso con eficacia (desfigurar o mentir solo son estrategias más o menos útiles)
o perderás el escaño. El sorteo, sin embargo, es impirateable: no hace falta
ser mercachifle, famoso, poderoso, docto, listísimo, rico, propietario ni la
muy española manera de proceder según uno cuente con una abultada cartera de
contactos[2]; de hecho, ser alguna de
estas cosas no te garantiza mayores posibilidades matemáticas de acceder al
poder. Y al no poder renovarse el cargo de ninguna forma racionalmente
calculable (cultivo de voto), tener una duración anual y existir
limitación de mandato al año siguiente, nadie tiene interés en dedicar
esfuerzos a vestir las apariencias de cara a una galería cuyo dedo ya no facilita
el sillón y la prebenda.
Lo amateur, y por ende, que los
títulos no importen, es para la democracia de verdad, la del sorteo: es un régimen
hecho para que no haya un solo juez burócrata-profesional, si no tribunales de
jurado sacados por sorteo ese mismo día de juicio, de entre una terma ya seleccionada al inicio del ejercicio. Es un régimen hecho para que la mayoría, de extracción humilde,
se impongo en las decisiones claves de asamblea. Es un régimen hecho para que
la iniciativa legislativa corresponda a cada ciudadano individual. Es un
régimen hecho donde el Consejo de los Quinientos, una suerte de nuestro Ejecutivo,
lo formen ciudadanos comunes sacados también por insaculación. En fin, un
régimen donde el poder está fragmentado y repartido entre la masa anónima. Esto,
decididamente democrático hoy resulta estrafalario, pero cuya efectividad sigue
siendo irrefutable.
Fotografía de un kleroterion, la máquina de la democracia ática por medio de la cual se realizaban los sorteos de los miembros de los tribunales de jurado
Es claro que la especialización
epistémica y el progresivo fortalecimiento cognitivo común de nuestros pares
es, junto con la división del trabajo, los dos pilares de la civilización. Los
estudios en efecto son importantes. No obstante, la historia no la han hecho única
y exclusivamente las élites intelectuales.
No debemos olvidar que las
masas desheredadas, intensamente brutalizadas y sometidas al efecto túnel más salvaje
han pertenecido a la esclavitura antigua; salvando quizás, al primer
asalariamiento de los albores de la primera industrialización manchesteriana. Y
pese a todo, ahí rezan las Guerras Sociales, con el alzamiento de Espartaco en
el periodo tardorepublicano de la historia de Roma. Ahí están, los campesinos
sometidos a servidumbre, alzándose contra los artefactos ideológicos de la
Santa Madre Iglesia y contra la institución de la propiedad de la tierra, como el
campesinado alemán siguiendo a Thomas Muntzer en el siglo XV. Ahí está la
burguesía y los obreros manuales tomando la Bastilla como signo de
desmoronamiento de la monarquía absoluta y su implacable brazo cinético y
fiscal. Eso no es romantizar el envilecimiento humano, solo señalo que, en
efecto, hasta los mas pobres de bolsillo y espíritu son capaz de transformar un
régimen; algo que no obsta para que, en un país y un planeta civilizado, tal pobreza
debe ser eutanasiada mediante la instrucción pública masiva y gratuita y el
prestigio social y distributivo del saber y el conocimiento. Y de eso hay un ejemplo
histórico concreto.
Los obreros y campesinos rusos
que trajeron al mundo la Tierra de los Soviets eran mayoritariamente
analfabetos, sí; pero de igual forma, sus hijos, quienes elevaron la Unión a la
segunda plataforma productiva mundial con renta modal propia de los países
ricos, fueron gente con estudios: ingenieros, científicos y operarios técnicos
de maquinaria pesada.
De ahí se deriva que la democracia
de verdad asegura la rotación continua del poder: porque para mandar hay que obedecer,
pero para obedecer también hay que poder mandar en algún momento, sepa uno más
o menos. De ahí se deriva que la política ha de ser capaz de desplegar gestión
consciente de la dimensión socioeconómica, fomentar la liberación del trabajo,
el tiempo libre, y el desarrollo integral (cognitivo e intelectual) de todos los
miembros de la colectividad. Y si me apuras, de la Humanidad entera.
Llamémoslo, amateurismo
ilustrado.
Bibliografía.
BOOOKCHIN, Murray; BIEHL, Janet. Las políticas de la ecología social: municipalismo libertario. Editorial VIRUS, mayo de 2009, Barcelona
MANIN, Bernard. Principios del Gobierno Representativo. Alianza Editorial, 2021, Madrid. Disponible en: https://www.akarodriguez.es/sitepad-data/uploads/2025/02/Los-principios-del-gobierno-representativo-Bernard-Manin.pdf
HANSEN, Mogens H. La democracia ateniense en época de Demóstenes. Capitán Swing Libros, 2022, Madrid.
NIETO GARCÍA, Alejandro. El derecho comunitario europeo como derecho común vulgar. Revista de Administración Pública. ISSN-L: 0034-7639, núm. 200, Madrid, mayo-agosto (2016), págs. 25-44. Disponible en: http://dx.doi.org/10.18042/cepc/rap.200.02.
[1] “La democracia ateniense confiaba a ciudadanos seleccionados por sorteo la mayor parte de las funciones no desarrolladas por la asamblea popular (ekklesia). Ese principio se aplicaba sobre todo a las magistraturas (archai). De los aproximadamente 700 cargos de magistrados que formaban la administración ateniense, unos 600 eran cubiertos por sorteo. Las magistraturas asignadas por sorteo (kleros) eran habitualmente colegiadas. El mandato en el cargo era de un año. No se permitía que los ciudadanos ocupasen una magistratura más de una vez, y, aunque podían ser nombrados para una serie de magistraturas diferentes a lo largo de su vida, el calendario para rendir cuentas (no se podía acceder a un nuevo cargo sin haber rendido cuentas del anterior) suponía que, en la práctica, ninguna persona podía ejercer de magistrado por dos años consecutivos.” MANIN, Bernard. Principios del Gobierno Representativo. Alianza Editorial, 2021, Madrid. Pág. 15.
“A diferencia de los profesionales que hoy controlan las ciudadelas del poder estatal y mueven la maquinaria del gobierno, los antiguos atenienses mantenían un sistema de gobierno que fue conscientemente amateur en su carácter. Sus instituciones, especialmente sus reuniones casi semanales de la asamblea de ciudadanos y su sistema judicial estructurado alrededor de inmensos jurados, hacían posible que la participación política fuera amplia, general y continua. La mayoría de los funcionarios municipales eran seleccionados por sorteo entre los ciudadanos y cambiaban frecuentemente. Era una comunidad en la que los ciudadanos tenían la capacidad no tan sólo de gobernarse por sí mismos, sino de asumir cargos cuando la suerte les llamaba a hacerlo.” BOOKCHIN, Murray; BIEHL, Janet. Las políticas de la ecología social: municipalismo libertario. Ed. VIRUS, mayo de 2009, Barcelona. Pág. 17
“Al principio del libro 6 Aristóteles enumera los elementos característicos de una Constitución «democrática». En su mayoría se refieren a los magistrados, y prescriben la rotación, poderes limitados, mandatos breves, la prohibición de un segundo mandato y la selección por sorteo (o a veces por elección, pero, en cualquier caso, de entre todos los ciudadanos). Adicionalmente, todos los ciudadanos actúan como jueces, todas las decisiones importantes se toman en la Asamblea del Pueblo y todos deben ser remunerados por la participación en la actividad política”. HANSEN, Mogens H. La democracia ateniense en época de Demóstenes. Capitán Swing Libros, 2022, Madrid. Pág. 132.
[2] La
cultura jurídica española de los últimos dos siglos, y posiblemente desde
siempre, nunca ha manejado las normas escritas como disposiciones de aplicación
estricta sino sesgada por las «relaciones personales» entre los operadores
jurídicos y los ciudadanos. Relaciones personales que en términos positivos (de
ordinario bienintencionados o hipócritas) significan una humanización al estilo
de la epiqueya griega o de la justicia canónica; y en términos negativos, desde
luego más sinceros, la corrupción pura y simple, o sea, la visión del canciller
López de Ayala y de Quevedo. España es
diferente y la sociedad española es así”. NIETO GARCÍA, Alejandro. El
derecho comunitario europeo como derecho común vulgar. Revista de
Administración Pública. ISSN-L: 0034-7639, núm. 200, Madrid, mayo-agosto
(2016), págs. 25-44.
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