Los mejores años de nuestras vidas: tributo a un amigo.

 

Fotograma de la película Los mejores años de nuestra vida (The Best Years of Our Lives), de 1946, dirigida por William Wyler.



Alejandro Martínez.


Hoy por casualidad, porque por casualidad se descubren casi todas las cosas buenas, me he topado con algo que ha avivado mi memoria y agitado el corazón. Lo he encontrado navegando por los mensajes antiguos del correo electrónico, sin que sepa muy bien porqué estaba haciendo eso. Ahí andaba el artículo de alguien, un buen amigo de los años de universidad y torneos de debate, que falleció en malas circunstancias, poco después de que terminásemos el master de abogacía, nos colegiásemos y empezásemos como picapleitos en la base de la cadena trófica.

El artículo, titulado Los mejores años de nuestra vida, me lo mandó hace una década para mi en ese entonces proyecto de revista en papel, felizmente abandonada tras tres números; supongo que los patrocinadores de tamaño fracaso éramos ya viejóvenes con veintipocos, y no nos habíamos enterado o bien nos negábamos a aceptar que el futuro ya estaba aquí, y tenía forma de canal de YouTube y contenido videográfico.

Por entonces, ya nadie leía nada; y menos aún en ese formato físico, uno que además era de escasa calidad y contenido. Aún así, este amigo se prestó para poner su pluma al servicio de una causa perdida.

Hoy, justo tras releerlo, no puedo si no fascinarme de lo pulcro y bien escrito que está; él escribía mil veces mejor que yo, y solo hay que compararlo con el bodrio de mi autoría que no le hace justicia, si no que más bien lo mancha estando a su lado; las metáforas, la corrección gramatical, la solemnidad en lo tontamente cotidiano, hipnotizan e invitan a seguir. Lo que yo ofrecía entonces era pretenciosidad disfrazada de sabiduría prestada por grandes nombres de filósofos muertos, y de otra gente de discutible criterio, pero reconocida autoridad, lo que, en el fondo, hablaba de mi absoluta reverencia por las vacas sagradas en el ámbito del pensamiento, y mi poca confianza en mis propias intuiciones. Quizás hoy, diez años después, me haya acercado a ese estilo suelto y propio, que mi buen amigo ya había dominado entonces. Pero este breve inciso no va de mí, si no él.

Nunca entendí porque decidió entregarse a la muerte antes de que esta lo metiera en su amarga lista. Le di muchas vueltas a sus motivaciones, y aun todavía, de vez en cuanto, me acuerdo de él; de su cara y su gesto risueño fumando un cigarrillo en la puerta del colegio de abogados. Para quitarse de en medio, siempre hay tiempo, y él tenía todavía mucho por delante. Desde entonces no he parado de hacerme la única pregunta fundamental de la filosofía.

Venimos al mundo con las cartas marcadas, troquelados por una genética limitante y una epigenética condicionada por donde estamos; por un país, una región, una familia; por un régimen socio-económico, ora esclavitud, ora señorío feudal ora capitalismo tardío; por la cultura en la que somos pertrechados, por los mitos, los ritos y el cosmos que hace de nosotros lo que somos; por si respiramos aire prístino o tenemos cerca el cementerio de una fábrica franquista de enriquecimiento nuclear; por las experiencias vitales, algunas nítidas y otras oscuras, y también por biografías truncadas.

 

Cuadro: La muerte de Séneca (1871). Autor: Manuel Domínguez Sánchez

 

En el fondo y en la superficie, es la suerte la que hablará sobre el mayor o menor margen de maniobra que vas a tener; es así, no hay más. Y dentro de una existencia mayormente miserable para la mayoría de los seremos humanos, no dudo de que hay un fuerte pulso de libertad en la posibilidad del suicidio. Porque no elegimos venir al mundo ni el mundo que nos toca vivir; pero sí podemos elegir salir de él. Y esa idea, el verdadero problema de la filosofía según Camus, me ha dado una resistencia infinita, casi de roca inamovible, a la hora de sufrir la enfermedad y asumir mi propio destino. Porque de lo que hay después tengo dos hipótesis. O es una suave nada similar a dormir sin soñar, o un reencuentro con los nuestros; y ambas me dan paz y tranquilidad.

Amigo, solo por volver a vernos, y decirte la delicia que eran tus palabras, ojalá que, de las dos, la segunda sea la buena; la buena de verdad.

 

 

Os dejo con lo que él escribió y tituló exactamente así, como encabeza esta entrada.

 

Los mejores años de nuestra vida.

Por F.R.

 

Hablemos un poco de mí. No sé exactamente en qué año fue, pero recuerdo muy bien las circunstancias. Acabo de empezar a estudiar Derecho y Zapatero está en un buen momento. Se ve muy bien en los “Jueves” de la época, del gobierno hay más choteo y bromas que críticas virulentas y crueles, nada que ver con Aznar. No hay problemas económicos más allá de que hay mileuristas, trabajo precario y cosas así. Poco paro. Seis o siete por ciento, si no me equivoco. Y luego, lo de siempre: la negociación con ETA, la España que se rompe y la crispación.

Yo ya me había relajado. Aznar nos había jodido a todos, la verdad. A mí todo aquello de la guerra de Irak, el Prestige, el Yak-42 y lo que vino después del 11-M me pilla en plena formación de mi conciencia política. Menudo rebote hubo, amigos. Alguna vez lo hablo con otros de mi edad, que nos volvimos izquierdistas radicales. Luego nos relajamos, y al final de la primera legislatura de Zapatero nos habíamos vuelto socialdemócratas. Oh, el comunismo, qué bonito y qué irrealizable, qué pena, decíamos meneando la cabeza como si fuéramos nostálgicos de algo. Mejor el PSOE. Además, la derecha. Rafael Hernando, que intenta pegar a Rubalcaba. Pitos y abucheos en el Congreso todos los días. La conspiración del 11-M, los servicios secretos marroquíes, la ETA y el PSOE se alían para echar al PP. El matrimonio entre desviados. Zapatero, el amigo de Otegui. El Estatut, que balcaniza España. Madre mía, la derecha. Madre mía, el PP. Todos los días, en primero de Derecho, la turra de los de siempre. De los de las patillas, los cinturones de la bandera de España y los zapatos castellanos. Se puede ser un facha, pero un hortera, eso sí que no. Y un mal educado, menos. Y ahí están todos los días en clase, que cada vez que toca algún debate solo se oyen sus voces. Diría que se rebuznan, pero los burros son animales muy nobles que no merecen tal comparación. Eran otros tiempos.

Así que, entre que acabo de llegar a Córdoba y no conozco a mucha gente, que estoy a tope con la socialdemocracia y que me apetece fastidiar un poco, me apunto, junto con otros dos amigos, a Juventudes Socialistas. Duraríamos algo menos de dos años. Hablaré de lo malo. Bueno también hubo, y buena gente también, todo ello de escaso interés.

Los partidos políticos por dentro. Al final todo el mundo cuenta más o menos las mismas historias, tanto da que mi experiencia fuera con los socialistas porque hablando con otras personas de otras tendencias te das cuenta de que todo es lo mismo. Un amigo me comentaba en cierta ocasión que no le había gustado demasiado la versión británica de House of Cards. Me dijo que sólo había trapicheo y poca política, mucha táctica y estrategia de medrar y corromper y poco choque de ideas. Y es que es así. En el tiempo que estuve allí no hubo, en el seno de la organización, ningún debate ni nada parecido sobre las ideas que teníamos o qué pensábamos de tal o cual cosa. Solo, si acaso, la aclaración de que JSA es republicana y el PSOE no. Vaya, cuanta independencia ideológica y cuanto bagaje histórico. Ay, que me gusta a mí una república, pero lo que no puede ser no puede ser y además es imposible.

En fin, no es que pida un nivel alto de filosofía política, pero me chocó que prácticamente todas las discusiones fueran sobre cuestiones burocráticas y administrativas. Sobre quien tiene tal o cual cargo, quienes son sus amigos, a quien favorece y lo bien o lo mal que lo hace. No hay nada en la organización que no sea autorreferencial, existe para sí misma, no sirve para nadie que no esté dentro de ella y en la posición correcta.

Y hablo de Juventudes porque es lo que conozco, pero el PSOE es igual y el resto de partidos, también. Sólo son maquinarias encaminadas a que ciertas personas consigan el poder. Ahora me parece muy obvio, pero en aquel momento yo pensaba que todo era un vehículo para hacer cosas por tu país o, mejor, por las personas.

Pero bueno, de todo aquello no me di cuenta entonces. El primer shock lo tuve nada más llegar. Se nos dio una primera charla de bienvenida. Muy calurosa y agradable, todo hay que decirlo. Y se nos advirtió que dentro de la organización había libertad de expresión absoluta, pero que fuera de ella éramos miembros de Juventudes Socialistas y, por tanto, teníamos que pensar lo que pensaba la organización. Aquello me dio exactamente igual, porque mis ambiciones políticas siempre han sido muy escasas, pero supuse que, para alguien que pensara medrar el camino era, sin duda, aprenderse todas las mañanas la línea oficial del partido y repetirla durante el día. ¡Y así era! No dejaba de tener gracia relacionarse con compañeros durante el día y escuchar más o menos las mismas palabras del asunto de la semana. Me llamaban compañero, pero tanto yo como mis amigos poco ambiciosos nos sentíamos muy alienados. Te encontrabas gente con unas contradicciones internas muy graciosas, en tanto que, para encajar, se reprimían ciertas tendencias. Había un individuo que las reunía todas: votante de IU y admirador de Rosa Aguilar pero del PSOE, monárquico en una organización republicana, gay y capillita católico, de izquierdas y pijo clasista de colegio caro… tenía gracia y al final lo de Rosa Aguilar acabó siendo coherente.

Hablemos ahora del jefe de nuestra organización, porque el jefe de nuestra organización era una persona muy inútil para el cargo y para la vida en general que jamás mandó los papeles para apuntarme, de manera que nunca me cobraron un euro ni estuve oficialmente en el censo. Nunca corregí el error, tal era mi interés. Al menos la estupidez de unirme a la organización me salió gratis y no tuve los problemas que tuvieron mis amigos para darme de baja. Problemas que, de nuevo, venían de la incompetencia y la dejadez.

Nuestro jefe, menudo personaje. Estaba allí básicamente para entretenerse, divertirse e intentar tirarse a tías. Igual que yo, pero, precisamente por eso, yo nunca quise ninguna responsabilidad. Total, que llegaba tarde todos los días, si es que llegaba. Muchos días nos quedamos en la calle esperando. Nunca tuvo el más mínimo interés por organizar nada ni, dicho sea de paso, por ascender más de donde estaba, sitio al que llegaría de casualidad y donde la memez resultaba relativamente desapercibida. Sinceramente, no sabía qué hacía allí. Con el tiempo se formó un cónclave absurdo de gente que queríamos echarlo y nos íbamos a un bar cercano a tramar estrategias y a hablar mal de él. Sin resultados dignos de mención. Si hubiéramos mostrado el mismo ímpetu en respirar nos habríamos muerto. Éramos todos unos Migueles de Unamuno redivivos y suspirábamos que nos dolía JSA y que qué grandes vasallos seríamos si tuviéramos un buen señor.

Mientras tanto, a nuestro alrededor y al margen de nosotros se tejió una extraña red de contactos que incluía negociaciones secretas, apuñalamientos, sexo y amistades precarias. Todo ello fermentó con el tiempo y quienes supieron moverse adecuadamente hoy día son titulares de chollos diversos, puestos en listas electorales o cargos en distintas administraciones. Es desolador verlos ahora, pues sabes que tal o cual persona no es de fiar o que es un inútil integral o, lo que es peor, ha llegado a esa posición vendiendo su cuerpo, cosa que siempre me ha dado escalofríos y más aún en un partido que debería luchar contra el machismo. Si alguien me dice que la mujer también tiene derecho a utilizar su sexualidad como arma de guerra pues… no sé qué contestarle, salvo que se lo haga mirar.

Al final resulta que todo lo que te imaginabas o todo lo que habíamos oído era cierto. Incluso hubo un intento muy pobre de corrupción por parte de un chaval que acababa de entrar. Se montó una asociación cultural, que no sirvió para nada y, que yo recuerde, no tuvo actividad. Creo que se montó como algo paralelo para quitarle cuota de poder a nuestro jefe. No lo sé, suena tan absurdo que probablemente fuera así. En fin, el chaval se empeñó en presidirla, pese a que hubo que hacer más papeleo al ser menor de edad. Su primer acto fue ordenar que pidiéramos una subvención que el Ayuntamiento de entonces daba a las asociaciones, unos dos mil euros. El objeto era comprar un ordenador para la asociación que, evidentemente, se guardaría en su casa. Todo esto lo propuso con increíble desparpajo y convencido de que nos había engañado a todos. Está en una lista electoral. Cómo me gustaría hacer un montaje como en las pelis basadas en hechos reales. Una canción de AOR, quizá de Journey y un montaje con las fotos de ellos, sus tropelías e incompetencias y el puesto o la posición que ocupan ahora. Igual serviría para prender la llama de la revolución violenta que la historia nos ha venido negando.

La verdad es que no sé qué hacíamos allí. Conocimos buena gente, personas de gran calidad que intentaban trabajar por los demás. Por lo demás, como vengo diciendo, no había otra cosa que mal rollo, incompetencia, mentiras y falsedad. Tampoco es que le guarde rencor a nadie y, como conservo amigos de la época, de vez en cuando nos reímos mucho contando historias bochornosas de entonces. Eso sí, casi me vuelvo de derechas y ahora los partidos políticos me parecen organizaciones al servicio del mal. Oh, el mal. Pues sí, el mal son individuos que son un desperdicio de piel y que encaminan su vida a vivir de estas estructuras políticas caducas. No sirven para nada, no hacen servicio a nadie y, como dije antes, solo sirven para perpetuarse en su posición a ellos y a los que son como ellos.

Hay de todo, dirá alguno. Pues sí, y en la mafia también hay de todo. Y en la cárcel también hay de todo. El tema es que las habilidades que hacen falta para llegar a una buena posición están relacionadas con la mentira, la traición y, en fin, las malas cualidades personales. Supongo que alguien, muy odiosamente, exclamará “¡eso es así, en la vida hay que ser un poco cabrón!”. Pues no digo yo que no, pero qué triste. Y más en un ámbito en el que se debería hacer gala de honestidad.

Y esto ha sido todo. Al final no he contado nada especial ni nada que no fuera de esperar. Pero ya saben, todo lo que han oído y todo lo que han deducido es cierto.


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