Viejas certezas clasemedianas.

Concurrida calle de una ciudad estadounidense contemporánea. Autor: usatoday.

 

                                                                                                                                      Alejandro Martínez.


Recuerdo que, cuando era pequeño, lo que más repetían mis padres eran breves discursos sobre mi deber para con la familia. Que ellos se ocupan de la casa, la comida, la luz, el agua, la ropa, la Play Station y resto de comodidades de a quién nunca le faltó de nada. Mi único deber era poner esfuerzo y sacar buenas notas. No tenía que trabajar, solo tenía que estudiar: ese era mi trabajo. «Estudia para ser alguien el día de mañana» como axioma de una época fordista donde mejor capacitación técnica equivalía a mejor posición socioeconómica. 

Todas las certezas clasemedianas en que fuimos educados los nacidos en los noventa empezaron a saltar por los aires hace más de quince años y, a juzgar por el devenir de la historia, no parece que vuelvan a restañarse pronto. Mas bien, al contrario: esta cesura, como un hachazo en mitad del cielo, se hace cada vez más y más grande.

Los profesores universitarios de hoy se quejan amargamente de la apatía general del alumnado. Buscan las causas, olfateando aquí y allá, algunos con un punto de nostalgia pueril típico de quien se hace viejo; la mayoría, algo más agudos, lo achacan a las relaciones de pantalla o la hiperconectividad. Explicación del fenómeno propio del miope, superado por la vorágine informacional de un mundo que le es vasto e incomprensible. 

 

Fotografía frontal del Rectorado de la Universidad de Córdoba, España. Autor desconocido.

 

Lo cierto es que la universidad ya es un ente en parte obsoleto, en franco retroceso, destruido por la secularización acelerada de su misión, un clima de estupidización popular creciente, y un principio de rentable asfixiado en los centros del imperio, con mercados saturados de mercancías físicas y cosas simbólicas sin valor pero con precio. Esto, que no sabíamos nosotros, los imbéciles de los noventa, ya es un hecho notorio para los nacidos bien entrados en los dosmiles: del rumor a la nueva certeza revelada en apenas un par de lustros. Es lógico: lo han visto con sus propios ojos. Las universidades ya no procuran una cualificación a la masa laboral capaz de asegurarles un acceso a renta suficiente y estable para una vida cómoda, ni tampoco son centros sacros que proveen a sus egresados de estatus y prestigio ilustrado.

El tardocapitalismo de la creciente automatización de las facultades cognitivas y los tratamientos de información, aniquila el valor de la pericia técnica, en su imparable proceso de subsunción real del hombre en la máquina, eliminando así el incentivo de formarse en las disciplinas que antes aseguraban el ascenso social: piedra angular de una sociedad adoradora de la ficción meritocrática. Solo hay que ver el destino de las profesiones liberales, últimos vestigios semigremiales con agencias laborales aun basadas en la pericia, y, por ende, no directamente sustituibles por otros. A base de programas-agente, IA generativa, potentes motores de búsqueda y procesadores de texto un despacho de abogados ya no necesitará un letrado con la mirada de los mil pleitos, sino una persona con un módulo administrativo que sepa pilotar la máquina para sacar textos refritos como churros; mismo proceso ocurrido con los panaderos en su día con la proliferación del horno eléctrico (Sennet, 2000).[1]

Por lo otro lado, el capital, gobernado por la lógica del beneficio, deja la ciencia básica en manos de los Estados, y estos, vía subvenciones, en las burocracias universitarias, a la espera de que surjan aplicaciones prácticas en la optimización del proceso productivo de las que aprovecharse. En consecuencia, la carrera investigadora, trufada de viejos funcionarios decrépitos adictos a la explotación directa[2], ofrecen jornadas interminables y contratos por proyectos con salarios de chiste a cambio de palmadita en la espalda y citas et al en los papers; todo financiados con dinero público, pero libremente administrado por ellos como si fuera su señorío. Estas son las dinámicas generalizadas detrás del abandono masivo de doctorandos y gente de valía que, una vez alcanzado el máximo rango de conocimiento reglado reconocido por el Estado en una materia, se ve incapaz realizar su proyecto de vida.

La universidad es cada vez más una reliquia, una fuente seca de predicamento, de la que no pueden aprovecharse ni los pájaros tras una larga migración bajo un sol de justicia. Y es que el conocimiento y las mejores fuentes de renta laboral se han desconectado totalmente. Él éxito en la sociedad contemporánea no está en sacarse el doctorado, no señor. El éxito en la sociedad-red de mercadería simbólica está, mal que pese, en cultivar una comunidad virtual-digital de la que poder vivir, directa o indirectamente, ora a través de plataformas de micromecenazgo, ora como tratantes de publicidad. Para este objetivo, el contenido concreto que haga de argamasa de esa comunidad tendrá siempre un carácter instrumental: artes, técnicas o ciencias, las menos; violencias varias, estupideces supinas, soflamas mentirosas, comportamientos abyectos, actos miserables, exhibición de carne, barbaridades y espectáculos obscenos de toda ralea, los más; todos serán recursos válidos siempre en cuando sirvan con diligencia al objetivo de cultivar masa crítica de seguidores. En este sentido, tanto monta un completo zoquete que no sepa poner la tilde a su apellido pegando tiros al Call of Duty o gritando aporías anti-impuestos que una antropóloga dando una clase miniaturizada sobre el Kaiko de los Tsembaga maring a través de reels.

En épocas pretéritas, los héroes del capitalismo fuertemente intervenido por las socialdemocracias de posguerra, siempre ojo avizor con las economías planificadas del Este, ensalzaban el estudio y la buena forma física que encarnaban los astronautas. Época aún de Grandes Relatos y Causas Nobles, con un proyecto moderno emancipador al otro lado del muro aun disputando el mundo. Los astronautas eran, para ambos bandos, los pioneros de la nueva frontera: primeros peldaños en la conquista del espacio, ejemplos de la gestión colectiva del trabajo (fuera través del Mercado o del Plan) y del desarrollo tecnocientífico de cada bloque. Luego, pasada la carreta espacial, la guerra fría, la crisis del petróleo, el derrumbe del socialismo real, y zambullidos de lleno en las economías de servicios y la teoría del valor-marginal, así como las externalizaciones al sudeste asiático y las Zonas Económicas Especiales chinas, abandonado ya el viejo astronauta, advino la deformación grotesca del fútbol en industria del entretenimiento vil para los más bajos instintos; sirviendo escudos, banderas, himnos, sentimientos de pertenencia, y demás misticismo premoderno, como símbolos con los que hacer dinero o construir la Nación. Pero ya se sabe: «estudia hijo, que si te lesionas la rodilla luego qué será de ti». Los niños de entonces queríamos ser futbolistas porque eran gente con fama, dinero y vidas disolutas, aunque fueran más tontos que las piedras. Pero, hasta el futbolista requería de cierta exigencia física y un mínimo talento con el balón; hoy ya ni eso.

Fotografía de Yuri Gagarin durante el lanzamiento de la Vostok I el 12 de abril de 1961. Autor desconocido.

 

El prototipo de héroe actual, ya totalmente implantada la economía subjetiva del valor, en tanto sobreprecio grasiento que no es útil para la vida, si no que atenta directamente contra ella, se hace millonario a razón de comportamientos bufonescos desde la silla de su habitación, sin ninguna cualidad medible más allá de cierta capacidad comunicativa, lo que deja a la universidad como institución precaria, medio fósil, que sigue funcionando ya no como Gran Creencia, si no como mero trámite por el que pasar. De hecho, el youtuber, el influencer, el creador de contenido son, por lo general, auténticos bárbaros con altavoz que dan cátedra de cualquier cosa, escupiendo pura doxa sin razón de causa, mil veces peores que los peores todólogos de la hueste periodística mercenaria, porque ante cualquier refutación contundente a su sarta de basura hecha pasar por algo serio, siempre tiran del argumento de autoridad que le confieren sus millones y sus hordas de minions aspiracionales dispuestos a inmolarse en su defensa. Su posición como hub informacional, les habilita para aplastar cualquier réplica en términos de visualización e impacto.

El estudiante universitario intuye, visto el devenir vital de la generación anterior y el tipo de héroe triunfal de hoy, que el título ya no otorga reputación alguna entre los afectos de los demás, y que acabar trabajando «de lo tuyo» dependerá de fuerzas externas a menudo ciegas, inexplicables e impredecibles, como que los capitales inviertan en un sector o se retiren de él en función de expectativas de negocio, nichos de mercado y planes de inversiones con un creciente nivel de abstracción globalizada. Como ejemplo pongo a un amigo cercano que, cuando todavía se cursaba licenciatura, decidió estudiar arquitectura. Entre sus muchas razones, a menudo estúpidas como las que nos impulsan a escoger una u otra carrera, destacaban las salidas esperadas. No era para menos: la España del pelotazo venía reclutando peones y oficiales a tres mil pavos al mes y cinco mil para aparejadores y arquitectos, si no más; y los capitales por su parte afluían al sector como las moscas a la mierda. Pero llegó la Gran Recesión, y todos aquellos titulados vagaron por el desierto, currículum en mano, sin más propiedad que su espacio negativo de coerción y su escaso manojo de libertades-limosna. ¿Fue culpa de ellos escoger esos estudios? No, claro que no: estudiaron lo que el capital quería en ese momento. Después, por azares de la Ley del Valor imperante, el capital ya no lo quiso, y hubieron de joderse. Es lo que tiene una economía no planificada: el tipo de cualificación que se pague en el futuro queda sujeta al violento parto de la destrucción creativa, crisis de sobreproducción, nuevas disrupciones tecnológicas, y huidas a nichos de mercado con demanda solvente que resulten más apetecibles, aunque consistan en comidas cancerígenas o misiles mataniños.

Fotografía fábrica de coches años 60 en España. Lugar y autor desconocido.

 

 

En parte, esta mascarada, engañifa, estupidez y autoengaño colectivo habitaba ya en el propio concepto meretriz de «mérito» aplicado al acceso distributivo, al reparto de fuentes de renta. Porque la infraestructura jurídica del capitalismo ya había establecido desde los albores del siglo XIX la herencia (técnicamente, sucesión) como modo de adquirir la propiedad[3], incluyendo la propiedad de cosas que dan frutos industriales (es decir, las empresas) así como la propiedad las cosas de pura albarranía, de rescoldo feudal (el suelo, las tierras, las casas, los pisitos), lo que ya instauraba diferencia de clase entre quienes disfrutan y gozan y entre quienes cavan. Por eso la única persona menor de treinta años que ha alcanzado el estatus de multimillonario sin heredar su fortuna es, como no podía ser de otra manera, un creador de contenido.

A la vista de este hecho incontestable, el mérito ab initio no tenía que ver nada con el conocimiento, pero al menos, la masa proletaria de antes albergaba aún la promesa de los Treinta Gloriosos: la explotación de la relación salarial, la esclavitud moderna, inmolarse en el trabajo en pos del Progreso, ser abono para la historia, al menos ofrecía riqueza creciente para todos. Cualificarse, en tanto que aumentaba la productividad, era su condición sine qua non. Todo eso ha muerto, aplastado por capitales transfronterizos cada vez más esquizofrénicos, ávidos de ganancias decrecientes, que oscilan entre meterse bien en el negocio del alquiler al refugio del rentismo, o bien invertirse en crecientes servicios que nada tienen que ver con satisfactores de utilidad si no con nebulosas misticistas: mierdas de crecimiento personal, “energías” masculinas y femeninas, estoicismo vulgarizado, discursos sobre resilencias y frases motivacionales, cursos con supuestos trucos de inversión, manuales para hacerse millonario, independencia financiera basada en hacer pasar emprendimiento por el rentismo de toda la vida, enormes estafas piramidales, apuestas deportivas, cirugías estéticas con retoques y caras plásticas sometidos a la obsolescencia  de las modas, crecepelos de herbolario, y demás mercadería etérea sin soporte ni atributo físico ni social alguno.

Los universitarios de hoy, embebidos de una nihilidad entendible, siguen el antiguo cursus honorum sabedores de que el régimen ya no es el de la República, si no el del Imperio; que ya poco pueden esperar de sus antaño flamantes saberes. Y, aun así, continúan asistiendo a la universidad. Porque entre quebrarte los cuernos desde los dieciocho años, o pasarte cuatro gozando gratis et amore de las mieles de la contemplación fuera de casa, perdonen, pero que les quiten lo bailado. 

Se equivoca quien piense que estos universitarios están ya con la neuroplasticidad cerebral hecha fosfatina por el uso indiscriminado de ChatGPT o sucedáneos: esos, con enormes deficiencias en comprensión lectora, capacidad de redacción y relación conceptual, aún no se han terminado de gestar; paciencia, vendrán después. Por ahora, lo que hay, lo que se advierte, lo que se siente en los ojos de un joven estudiante, es un descreimiento profundo; porque de fondo, desplegando sus efectos, nadie puede abstraerse de la catástrofe ecosocial a la que nos dirigimos.

La competencia más importante que hoy puede enseñar un profesor universitario, estoy convencido, es la capacidad de filtrar información, de tener buenas herramientas conceptuales y marcos teóricos que permitan a uno mantener la canoa a flote en este maremágnum fragmentario creciente e imparable de problemas que son glocales: cotidianos y globales al unísono. La escasez de recursos críticos para transiciones ecológicas imposibles en el marco socioeconómico del crecimiento infinito, el hundimiento de la industria fósil, el overshot de seis de los nueve límites biofísicos planetarios, la agudización de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia; y la contienda mundial en marcha segmentada en los tres frentes (Ucrania, Taiwán, Israel) rodeando el heartland de Mackinder son solo algunos de ellos.

Con todo esto en mente, que un estudiante se centre en los estudios, y les dé el valor que los profesores creen que tienen, es poco menos que milagroso; y si se me permite, algo estúpido, radicalmente estúpido.

 

 

 

Bibliografía.

- SENNET, Richard. La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. 2000, Capítulo IV, Ilegible, Ed. Anagrama, Barcelona, ISBN: 978-84-339-0590-1, págs. 68-75.

- MARX, Karl. El capital. 1984, Subsunción Formal del Trabajo en el Capital, Capítulo VI, Ed. Siglo XXI, México, págs. 54-91.

- Más de la mitad de los doctorandos están abandonando los estudios por ansiedad y depresión. EL CONFIDENCIAL, 13-04-2025.  Consultado 03-07-2025.

https://www.elconfidencialdigital.com/articulo/vivir/mas-mitad-doctorandos-estan-abandonando-estudios-ansiedad-depresion/20250413050000959101.html

- MONTES PALACIO, Manuel. Gagarin: 50 años. Revista de aeronáutica y astronáutica, ISSN-e 2341-2127, ISSN 0034-7647, Nº. 802 (abr.), 2011, págs. 372-379.

https://bibliotecavirtual.defensa.gob.es/BVMDefensa/es/catalogo_imagenes/grupo.do?path=340240

- GARIN, Manuel.; CORDAL, Ariadna. El nacionalfutbolismo, bases históricas e iconográficas: Ricardo Zamora y la España fascista. Historia y Comunicación Social 29(2), 2024, págs. 267-280.

https://revistas.ucm.es/index.php/HICS/article/view/98672/4564456571045

- HOMO VELAMINE. Teoría ontológica del Valor-Grasa. Mr. Satán. 05-12-2019. https://www.homovelamine.com/teoria-ontologica-del-valor-grasa/

- Wikipedia. La Gran Recesión. Consultado 03-07-2025

https://es.wikipedia.org/wiki/Gran_Recesi%C3%B3n

- Wikipedia. La edad de oro del capitalismo. Consultado 03-07-2025.

https://es.wikipedia.org/wiki/Edad_de_oro_del_capitalismo

- ANTHROPOLOGIKARL: International Political Economy. Una Breve Historia del Liberalismo: ¿Es Posible la No-Explotación? 09-2018. Telmo Olascoaga Michel.

https://anthropologikarl.blog/2018/08/24/una-breve-historia-del-liberalismo-es-posible-la-no-explotacion/

- FORBES. Quién es MrBeast, el joven ‘youtuber’ que podría convertirse en el primer milmillonario de su profesión. 30-11-2022

https://forbes.es/forbes-ricos/202082/quien-es-mrbeast-el-joven-youtuber-que-podria-convertirse-en-el-primer-milmillonario-de-su-profesion/

- KOSMYNA Nataliya et al. Your Brain on ChatGPT: Accumulation of Cognitive Debt when Using an AI Assistant for Essay Writing Task. MIT Media Lab, 10-06-2025. arXiv preprint arXiv:2506.08872.

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- CAPELLÁN PÉREZ, Iñigo. Requerimientos minerales de la transición energética. Ed. Ecologistas en Acción, febrero 2023.

https://www.ecologistasenaccion.org/wp-content/plugins/pdfjs-viewer-shortcode/pdfjs/web/viewer.php?file=https://www.ecologistasenaccion.org/wp-content/uploads/2023/02/informe-Requerimientos-minerales.pdf&attachment_id=284425&dButton=true&pButton=true&oButton=false&sButton=true#zoom=auto&pagemode=none&_wpnonce=e593f553ab

- MEADOWS, Donella H. The Limits to growth; a report for the Club of Rome's project on the predicament of mankind. A report for the Club of Rome, 1972, New York, Ed. Universe Books.  https://archive.org/details/TheLimitsToGrowth/mode/2up

- THE CRASH OIL. Onda de shock. 23-03-2024. Antonio Turiel.

https://crashoil.blogspot.com/2024/03/onda-de-shock.html

- ARIAS, Asier. Desglobalización descerebrada: apuntes ecogeopolíticos. Mientras tanto, ISSN 0210-8259, Nº. 244, 2025

https://mientrastanto.org/244/notas/desglobalizacion-descerebrada-apuntes-ecogeopoliticos/

- Michael Roberts blog Blogging from a Marxist economist. A world rate of profit: important new evidence. 22-01-2022

https://thenextrecession.wordpress.com/2022/01/22/a-world-rate-of-profit-important-new-evidence/

- The Editors of Encyclopaedia Britannica. "heartland". Encyclopedia Britannica, 16 Jan. 2024

 https://www.britannica.com/place/heartland. consultado 03-07-2025


[1] Los panaderos de antaño trabajaban la harina y el pan en horno de leña por medio de criterios de experticia y máximas de experiencia, obtenidos a lo largo de generaciones, en el marco de relaciones gremiales y sindicales que protegían ese conocimiento y garantizaban su buena implementación a través de las lex artis o reglas del oficio. Con la llegada del horno eléctrico, los capitales pudieron servirse de cualquiera con instrucción mínima para darle a los botoncitos de la máquina y trastear los programas y sensores, prescindiendo de la cualificación del panadero, haciéndolo sustituible, y desactivando su fuerza negociadora basada en su pericia. Los trabajadores de panadería, que no panaderos, ya no comprenden cómo se hace el pan, puesto que este know-how ha quedado crecientemente objetivado en la máquina. En SENNET, Richard. La corrosión del carácter: las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo. 2000, Ed. Anagrama, ISBN: 978-84-339-0590-1, págs. 68-75.

[2] Explotación directa el sentido marxiano del término, tipo: aquí tiene, campesino, acceso a mi tierra. Al final de la cosecha, prepáreme el veinte por cierto en especie, pagadera en quintales de trigo, arroz, mijo o lo que corresponda.

[3] Libro Tercero. De los diferentes modos de adquirir la propiedad. Art. 609 del Real Decreto de 24 de julio de 1889 por el que se publica el Código Civil:

«La propiedad se adquiere por la ocupación. La propiedad y los demás derechos sobre los bienes se adquieren y transmiten por la ley, por donación, por sucesión testada e intestada, y por consecuencia de ciertos contratos mediante la tradición. Pueden también adquirirse por medio de la prescripción».

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